Austral Comunicación

ISSN(e) 2313-9137

Volumen XI, número 1 - Junio de 2022.

El imaginario y la representación del metarrelato de la tecnología: un ejemplo en los viajes turísticos al espacio

Ignacio Riffo-Pavón

Universidad Central de Chile.

ignacioriffopavon@gmail.com

ORCID: 0000-0001-6691-3572

Carolina Lagos-Oróstica

Universidad Católica de la Santísima Concepción.

clagos@ucsc.cl

ORCID: 0000-0001-7858-2985

Fecha de finalización: 30 de agosto de 2021.

Recibido: 30 de agosto de 2021.

Aceptado: 25 de marzo de 2022.
DOI: https://doi.org/10.26422/aucom.2022.1101.rif

Resumen

Este artículo propone explorar de manera teórico-reflexiva las nociones de “símbolo”, “imaginarios” y “representaciones sociales”, focalizando la atención en el metarrelato de la tecnología. Se entiende este como matriz de sentido en la actual sociedad globalizada volcada al consumo, al hedonismo, al éxito y al progreso. El trabajo tiene por objetivo enseñar que en la tecnología existe una narración simbólica que es matriz imaginaria y representacional de la sociedad globalizada. Mediante una aproximación de carácter descriptivo e interpretativo, se desarrolla una explicación del metarrelato de la tecnología, el cual se ejemplifica en el actual fenómeno del turismo espacial. Este artículo asume que toda creación humana responde a un acto de simbolización que, además, fija las necesidades, proyectos y objetivos que las propias sociedades se plantean en su acto de (re)definir su mundo. Asimismo, se evidencia que el metarrelato de la tecnología es capaz de inspirar un imaginario social que logra su materialización y, por ende, representación en los viajes turísticos al espacio, es decir, la conquista, la utilización, la comercialización y la subordinación del universo.

Palabras clave: símbolo, imaginarios, representaciones, mito, metarrelato tecnológico, viajes al espacio, globalización.

The imaginary and the representation of the technological metanarrative: tourism in outer space

Abstract

In this article, we explore, from a theoretical-reflexive perspective, the notions of “symbol,” “imaginary,” and “social representations.” We will focus our attention on the metanarrative of technology, understood as one of the main pillars of a globalized society preoccupied with consumption, hedonism, success, and progress. Our work aims to show how, when it comes to technology, there exists a symbolic narrative that serves as the imaginary and representational matrix of a globalized society. Through a descriptive and interpretative approach, we will offer an explanation of the technology metanarrative as exemplified by space tourism. We assume that all human creations respond to an act of symbolization, fixing in place the needs, projects, and objectives that society sets for itself as it (re)defines the world. In this sense, we found that the technology metanarrative can inspire a social imaginary that comes into being and is represented by space tourism — that is, by the conquest, utilization, commercialization, and subordination of the universe.

 Keywords: symbol, imaginaries, representations, myth, technological metanarrative, space tourism, globalization.

A imaginária e a representação da meta-história da tecnologia: um exemplo de viagens turísticas ao espaço

Resumo

Este artigo se propõe a explorar de forma teórico-reflexiva as noções de símbolo, imaginários e representações sociais, focalizando a atenção na metanarrativa da tecnologia. Entende-se este último como uma matriz de sentido na sociedade globalizada de hoje voltada para o consumo, o hedonismo, o sucesso e o progresso. Este trabalho tem como objetivo ensinar que na tecnologia há uma narrativa simbólica que é a matriz imaginária e representacional da sociedade globalizada. Por meio de uma abordagem descritiva e interpretativa, desenvolve-se uma explanação da metanarrativa da tecnologia, que é exemplificada no fenômeno atual do turismo espacial. Este artigo parte do pressuposto de que toda a criação humana responde a um ato de simbolização que, além disso, define as necessidades, projetos e objetivos que as próprias sociedades colocam em seu ato de (re)definir seu mundo. Da mesma forma, fica evidente que a metanarrativa da tecnologia é capaz de inspirar um imaginário social que alcança sua materialização e, portanto, representação, em viagens turísticas ao espaço, ou seja, a conquista, uso, comercialização e subordinação do universo.

Palavras-chave: símbolo, imaginários e representações, mito, meta-história tecnológica, viagem espacial, globalização.


 

Introducción

El presente artículo[1] examina la representación simbólica e imaginaria de la tecnología en la cultura globalizada, entendida como una época marcada por el masivo y acelerado uso de tecnología (Eagleton, 1997; Han, 2018). No obstante, este escrito se propone mostrar que, aun cuando el conocimiento científico y el tecnológico adquieren diariamente nuevas e inauditas victorias (Cassirer, 1997), los elementos míticos y simbólicos continúan siendo base esencial de toda cultura. Cabe señalar que aquí se define a la tecnología como un modo de conocimiento informado por la ciencia, por ende, planificable y calculable en sus aplicaciones (Castellanos, 2012).

 El trabajo se dirige al reconocimiento de la potencialidad simbólica, representacional e imaginaria de la narrativa inscrita en la tecnología como matriz de significación presente en las subjetividades de las personas que hoy construimos la sociedad globalizada. Se ejemplifica, a través de los viajes turísticos al espacio que se han realizado durante 2021, que la tecnología posee un relato de carácter mítico. El mito es una clase especial de explicación de la realidad en la que existen múltiples temas (Cassirer, 1997) que no deben entenderse como parte de una ficción o autoengaño del ser humano, sino más bien como una narración que muestra de manera extraordinaria y fabulosa cómo la realidad ha podido llegar a ser (Eliade, 1996). Se establece que el mito posee un poder en la vida social de los seres humanos y es un medio de adaptación que da a conocer los modelos y valores de sustento y progreso social (Korstanje, 2011). Desde la perspectiva de Mircea Eliade (2001b), la narración mítica expresa la búsqueda de un momento originario y arquetípico que representa la posibilidad de adquirir una existencia con sentido.

A nivel teórico, en primer lugar, este artículo expone una perspectiva reflexivo-conceptual destinada a describir la relevancia del símbolo como elemento que le permite al ser humano una orientación en su devenir social e histórico (Solares, 2018). En segundo término, sitúa una definición de los imaginarios y las representaciones sociales, esclareciendo sus dimensiones y alcances en una época cultural configurada paradigmáticamente desde el lenguaje y la imagen de la tecnología. Ahondar en las nociones de “imaginarios” y “representaciones sociales”, que se ubican en distintos planos de la significación social (Baeza, 2008; Carretero 2018), posibilita comprender de manera profunda la gramática cognitiva o la institución de la sociedad actual volcada a una narración tecnológica. Por último, la configuración teórica de este artículo destina un apartado a la delimitación del significado del metarrelato de la tecnología, concebido como matriz de sentido en las sociedades globalizadas. Para ello, se recurre principalmente a las aportaciones de Lluís Duch y Albert Chillón (2012), Mircea Eliade (1996) y Fátima Gutiérrez (2012).

Este trabajo corresponde a una investigación de carácter descriptivo (Batthyány y Cabrera, 2011) que tiene como objetivo establecer que en la tecnología existe una narración simbólica que es matriz imaginaria y representacional de la sociedad globalizada. Para alcanzar el propósito establecido, se recurre a un procedimiento metodológico analítico e interpretativo (Strauss y Corbin, 2016) con una clara vocación hermenéutica, puesto que el camino interpretativo admite ingresar de mejor manera en aquellos significados presentes en la configuración de la institución u orden de la sociedad (Ricœur, 2002).

El desarrollo teórico de estilo reflexivo-conceptual y la aproximación metodológica de este artículo logran evidenciar y confirmar la capacidad del anthropos de elaborar e instituir sus propias significaciones de “mundo”. Es decir, la institución de la sociedad –que es obra del sujeto– otorga coherencia y cohesión en el decir social y en la acción social (Castoriadis, 2013). Esta capacidad o cualidad instituyente se expresa en la construcción simbólica del metarrelato tecnológico, desde el cual el sujeto de herencia moderna teje todo un sistema de ideas o cartografías mentales que le otorgan a la sociedad una serie de ideales tales como el progreso, el éxito, la prosperidad y el porvenir.

Un acercamiento al significado del símbolo

Etimológicamente, el término “símbolo” tiene su origen en el verbo griego symballein, cuyo significado es reunir o asociar (Becker, 2003). En Grecia, el término sýmbolon identificaba una de las porciones de una cerámica quebrada y repartida para darle identidad a quien la portaba; de ahí que la palabra “símbolo” designe reconstitución de un todo original (Duch y Chillón, 2012). Al mismo tiempo, es un concepto que remite a la imagen o a la palabra que representa un concepto mental (Valleverdú, 2008). Se puede decir que el símbolo es materia prima de la imaginación (Duch y Chillón, 2012), que convierte las cosas comunes y cotidianas en depositarias de significados ulteriores. Asimismo, nace de un proceso imaginativo-creativo de la inteligencia humana, que logra que ciertas cosas adquieran una trans-significación que las ubica más allá de su propio sentido primario o natural (Croatto, 2002). De esta manera, la realidad o los objetos cotidianos pueden (re)convertirse para representar aquello que es ausente o imposible de percibir (Durand, 2007) de una manera directa e inmediata. “El objeto simbólico es una transparencia que me permite ver del otro lado y decir lo que no se puede decir mejor con otras palabras” (Croatto, 2002, p. 68). Por lo tanto, a través del símbolo, el ser humano busca representar y comunicar imágenes, palabras, gestos y acciones (Solares, 2015) que mueven poderosas fuerzas operativas que son desconocidas para la consciencia (Oróstica, 2007) o la intelectualización del logos. Por esta razón, al ser humano le pertenece el estatuto de homo symbolicus (Cassirer, 2016; Eliade, 2001a), del mismo modo que le pertenecen las condiciones de “homo parlante, homo faber o zoon politikon” (Solares, 2018, p.138).

Para el historiador de las religiones Mircea Eliade (2011), el símbolo posee la función de conducir al ser humano desde lo contingente hacia lo trascendente por medio de una experiencia antropocósmica que le entrega un completo conocimiento ontológico y principios “cosmoteológicos” (Eliade, 2011, p. 619), esenciales para la unidad de su comunidad. En este sentido, los símbolos no son creaciones arbitrarias del pensamiento humano (Allen, 1985), constituyen, ante todo, una forma de adecuación intelectiva a la realidad. Por lo tanto, la creación simbólica se vincula con la emisión de juicios y valoraciones con los que la persona se asienta en su realidad para hacerla un mundo habitable. De tal manera, el símbolo es un elemento cognoscitivo que se halla presente en todas las actividades e interpretaciones del ser humano, vinculándose y reintegrándose permanentemente con todos los contextos históricos. Por ello, toda interpretación del símbolo debe realizarse observando que él es “parte de un sistema estructural de asociaciones simbólicas. El símbolo, considerado aisladamente y en cuanto tal, es ininteligible” (Allen, 1985, p. 142).

Desde un punto de vista antropológico, Lluís Duch (2016) concibe el símbolo como una “mediación que interviene en todas las posibles tematizaciones de la experiencia humana, las cuales, por otro lado, siempre se encuentran referidas a las posibilidades y también a los límites que posee una cultura concreta” (p. 25). Eso quiere decir que el simbolismo es un medio que patentiza las relaciones creadas y asumidas en las diversas culturas humanas y, en consecuencia, debe ser asumido como elemento condicional y estructurante del mundo cultural e histórico de la humanidad (Duch y Chillón, 2012). Por tanto, el símbolo es cardinal al momento de expresar lo indecible, aquello que del mundo no se puede decir de manera lógica y conceptual (Chillón y Duch, 2010). Se sitúa en todo lenguaje humano que permita la comunicación de los individuos, por ende, la interrelación, la cohesión y la ejecución de operaciones básicas y trascendentales.

Por su parte, Cornelius Castoriadis (1988, 2013) considera que el símbolo compone una red de códigos que aporta a los grupos humanos su unificación histórico-social. Es decir, los mundos simbólicos “están esencialmente implicados en el proceso social” (Turner, 1999, pp. 21-22), pero no desde la categoría racional-conceptual establecida por las normas sociales instituidas, sino a partir de aquella zona intermedia entre la afectividad y la intelectualidad humanas (Solares, 2015). Por esta razón, la producción simbólica

alude a un ámbito no directamente accesible sin más a las inducciones y deducciones lógicas. Se trata siempre de un pensar vinculado a un sujeto que no pretende escindirse del objeto, ni alcanzar una imposible neutralidad aséptica, como tantas veces lo hace el logos científico. (Duch y Chillón, 2012, p. 181)

Seguido a lo anterior, en el símbolo existe un carácter metafísico que consiste en sobrepasar la continuidad del discurso lógico, precisamente para conectar el entendimiento humano con otras vías explicativas de la realidad, tales como las sagrado-religiosas y las poéticas. Desde aquí se advierte la directa correspondencia entre el símbolo, el mito y la imaginación, comprendida esta última no como propiedad suplementaria que va por debajo de la razón, sino como “la facultad psíquica por excelencia, aquélla que, mediante la configuración y la síntesis, es responsable última de todas las formas de intelección y comunicación imaginables” (Chillón, 2000, p. 140). Así, es posible enfatizar que el símbolo pertenece a un modo intelectivo-explicativo íntimamente conectado con los actos psíquicos y espirituales del homo symbolicus (Cassirer, 2016). Por ello, se entiende que la simbolización es un sector que compromete al ser humano enteramente con su racionalidad, corporalidad y estado de ánimo (Solares, 2015).

La especie humana se ve permanentemente obligada a construir símbolos debido a la imposibilidad que tiene de vivir en la inmediatez del mundo. Las imágenes, los símbolos, los rituales conforman universos que lo llevan a conocer y a tratar con la realidad circundante (Valleverdú, 2008). Por ende, todas las simbolizaciones, sean sagradas o profanas, facilitan una “praxis de dominación de la contingencia” (Duch, 2016, p. 40), entregando al homo sapiens contenidos que comunican los distintos sectores de la realidad que se asocian a sus intereses, propósitos, medios y fines (Turner, 1999).

Continuando con una descripción antropológica cultural, Clifford Geertz (2003) establece que el símbolo es un sistema esquemático de concepciones y conocimientos históricamente transmitidos, que desarrollan y perpetúan las actitudes humanas frente a la vida. Para este autor, los símbolos “son formulaciones tangibles de ideas, abstracciones de la experiencia fijada en formas perceptibles, representaciones concretas de ideas, de actitudes, de juicios, de anhelos o de creencias” (Geertz, 2003, p. 90). Por lo tanto, el ser humano acude a la mediación simbólica, porque las conceptualizaciones lógico-racionales le son insuficientes para referirse comprensivamente a las cosas. El símbolo es un elemento semiótico que aporta una compleja significación trascendente. Al respecto, Geertz (2003) considera que los sistemas culturales se expresan en símbolos más que en valores, pues el ser humano es un animal inserto en su trama de significaciones. Por lo tanto, los símbolos residen en todo objeto, acto o acontecimiento apropiado para vehiculizar, mediante la comunicación, los significados orientados a la organización de la experiencia social. En suma: “El hombre depende de símbolos y de sistemas de símbolos, y esa dependencia es tan grande que resulta decisiva para que el hombre sea una criatura viable” (Geertz, 2003, p. 96).

Conviene aclarar que lo fundamental del símbolo, como elemento cognoscitivo que estructura los pensamientos colectivos, se debe a que posee el poder de hacer visibles e inteligibles las cosas invisibles (Duch y Chillón, 2012) que son parte de las motivaciones existenciales del ser humano, aun cuando no procedan de categorías racionales (Duch, 1995). En síntesis, se puede afirmar que sin la posesión de sus universos simbólicos, el ser humano se confina dentro de los límites de su biología y de sus condiciones pragmáticas, carente de la oportunidad de ingresar a espacios ideales y trascendentes que son esenciales para su existir en comunidad. Precisamente, la vida humana, en gran medida, consiste en llevar a cabo una permanente labor simbolizadora (Duch y Chillón, 2012), que interviene en la creación de relatos comunicables que transforman la historia y la sociedad.

Esclarecimiento de las nociones de “imaginarios” y “representaciones sociales”

Sintetizando lo tratado hasta aquí, resulta preciso indicar que el símbolo es el núcleo semiótico trascendente del ser humano y su terreno único y exclusivo. “En ese sentido, todas las producciones humanas son simbólicas, expresiones de la facultad esencial del sapiens sapiens” (Solares, 2018, p. 140). Mediante el símbolo, el ser humano confecciona sus significaciones, sus imaginarios y representaciones sociales que sustentan la creación de un mundo inteligible. El homo, por su cualidad sapiens, symbolicus y faber, crea e instituye sus mitos, ideaciones, sueños, utopías, miedos y creencias colectivas, como también elabora sus producciones, muestras, imágenes culturales y realizaciones. De esta manera, la institucionalización simbólica del mundo histórico-social logra su producción y desarrollo a partir de dos planos de significación que corresponden a los imaginarios y representaciones sociales. Por tanto, la institución de la sociedad se fija en núcleos simbólicos y tiene la función de cohesionar el mundo social. La institución, en palabras de Castoriadis (1988), “debe establecer siempre, lo que es cada cosa particular, toda relación y todo conjunto de cosas y también lo que ‘contiene’ y hace posible la totalidad de las relaciones y de los conjuntos: el mundo” (p. 182).

En primer lugar, cuando hablamos de “imaginarios sociales” nos referimos a las imágenes alojadas en el plano profundo de las significaciones que entretejen la institución de la sociedad (Castoriadis, 2013, 1988). Para Castoriadis (1988), las significaciones imaginarias corresponden a un magma incesante que permite edificar la institución de la sociedad, la que, a su vez, “es institución de las significaciones imaginarias sociales” (p. 178). Las significaciones imaginarias pueden identificarse como el potencial necesario para el amplio conjunto de representaciones compartidas y repartidas entre los sujetos que componen un espacio-tiempo dado. Por lo tanto, se vinculan directamente con la condición simbólica del ser humano, dado que las profundidades de las significaciones imaginarias sociales constituyen el “pegamento invisible con el que se argamasan armónicamente los elementos heterogéneos de la sociedad dando lugar a una imagen de mundo” (Sánchez-Capdequí, 1999, p. 161). En suma, los imaginarios sociales son un oxígeno simbólico que contiene los saberes e ideaciones de un pueblo, permitiendo que las cosas sean lo que son. En este sentido, se considera que los imaginarios sociales corresponden a

estructuras compartidas socialmente, las cuales se encuentran, sin excepción, en cada uno de los seres humanos. Estas estructuras imaginarias están construidas logomíticamente a través de mitos, relatos, arquetipos, símbolos, estudios, etc. y viven dentro de nuestro universo simbólico. De este modo, los imaginarios sociales se convierten en los pasajes invisibles por donde transita el anthropos o, más precisamente, en una enorme cartografía que contiene las coordenadas que nos permite desarrollarnos de manera coherente y plausible en el mundo que habitamos. (Riffo-Pavón, 2016, p. 67)

Según lo sostenido por Baeza (2003), los imaginarios actúan como gramática compartida o léxico cognitivo común que se encuentra legitimado dentro de diversos contextos de elaboración. Esto se deriva de la cualidad policontextural de la sociedad (Pintos, 2015), que es nicho de una amplia diversidad de imaginarios sociales, los cuales se interrelacionan de manera incesante. De tal modo, en el mundo social, los imaginarios que se sitúan en un espacio-tiempo concreto se solapan, se potencian o se sobrepasan entre sí. Solo por mencionar algunos ejemplos es posible identificar el imaginario social de la felicidad (Morin, 1966), de la comunidad (Anderson, 1993), de lo urbano y la ciudad (Silva, 2006), de la política (Baczko 1991; Bouvier, 2008), de la modernidad (Taylor, 2006), de la posmodernidad (Maffesoli, 2018) o de la tecnociencia/tecnología (Aragón, 2015; Cabrera, 2006; Coca, 2015, 2010). Por lo tanto, los imaginarios sociales son aquellos mapas mentales compartidos que permiten que los individuos puedan actuar, inteligir e intervenir en el mundo de forma coherente y asentida. Concretamente, los imaginarios sociales “estructuran a cada instante la experiencia social y engendran tanto comportamientos como imágenes reales” (Ledrut, 1987, p. 45).

En segundo término, nos referimos a las representaciones sociales indicando que estas se ubican en una dimensión más visible o aparente. De acuerdo con Baeza (2008), remiten a un plano de significación más superficial, de manera que, en el plano simbólico, poseen un lugar más débil (Carretero, 2018). Para Serge Moscovici (1961), quien emplea la psicología social y la idea de las representaciones colectivas de Émile Durkheim, las representaciones sociales se definen “tanto como productos ya elaborados por sujetos y grupos, como procesos en curso de elaboración” (Moscovici, 1961, como se citó en Alba y Girola, 2020, p. 11). Así, las representaciones sociales son sistemas cognitivos que poseen una lógica y un lenguaje propios que organizan la realidad (Moscovici, 1961). Seguidamente, y de forma más concreta, son “una suerte de operador que permite cristalizar las acciones entre los grupos” (Moscovici, 1997, p. 81). Además, se caracterizan por una multiformidad o capacidad de expresarse a través de distintas formas: textos, fotografías, imágenes o manifestaciones estéticas. Diversidad que responde al carácter creativo, expresivo, comunicativo, gregario y polifacético del propio ser humano. Por ende, las representaciones son “una manifestación del propio cuerpo social al que pertenecemos” (Pérez-Freire, 2017, p. 5). En palabras de Denis Jodelet (1986):

se presentan bajo formas variadas, más o menos complejas. Imágenes que condensan un conjunto de significados; sistemas de referencia que nos permiten interpretar lo que nos sucede, e incluso, dar un sentido a lo inesperado; categorías que sirven para clasificar circunstancias, los fenómenos y a los individuos con quienes tenemos algo que ver; teorías que permiten establecer hechos sobre ellos. Y a menudo, cuando se les comprende dentro de la realidad concreta de nuestra vida social, las representaciones sociales son todo ello junto. (p. 472)

A las aclaraciones anteriores se les puede añadir que la dialéctica existente entre imaginarios sociales y representaciones sociales se esquematiza en los dualismos de fondo-forma, profundidad-superficie, invisible-visible, latente-patente. En esta dialéctica relacional entre ambos planos se produce una complementariedad que genera la fundación del mundo instituido habitado por el ser humano. Por otra parte, es importante enfatizar que, gracias a la dimensión simbólica que recubre intensamente todas las características del ser humano (Solares, 2018), surge el sostenimiento relacional entre ambos planos de significación. Es decir, “mediante el simbolismo una sociedad se articula y se cohesiona internamente, se construyen los códigos necesarios para emprender la praxis de la vida social propiamente tal” (Baeza, 2015, pp. 180-181). En suma, el imaginario social siempre se vincula con el conjunto de símbolos e imágenes que conforman el todo coherente y productor de sentido (Solares, 2006).

El metarrelato tecnológico

Se puede decir que la tecnología posee una narrativa que expresa una posición de poder muy distinta y más abarcadora a la que tuvo la técnica antigua, puesto que actúa directamente en la resolución de problemas de toda índole; por ejemplo, puede acortar o alargar la vida de seres humanos, dividir átomos, construir mundos virtuales o crear armas nucleares. Sin embargo, la tecnología no puede ser comprendida solo desde criterios pragmáticos y sistémicos derivados de una visión empírica del conocimiento científico, dado que consiste “también en formas de conocimiento, varios tipos de actividades y en una determinada actitud humana con relación a la realidad, natural o social” (Cupani, 2018, p. 129). De este modo, la tecnología –en tanto metarrelato– aporta significativamente una orientación para los comportamientos humanos. Dicho de otro modo, la creación tecnológica abre la posibilidad de representar la realidad desde narrativas que extienden las imágenes del mundo, sus sonidos y palabras (Palacio, 2010). En este sentido, existe en ella un metarrelato compuesto por una impronta de valores que imperan en la vida ampliamente (Han, 2019):

el entorno en el que vivimos ahora es, por primera vez, un mundo tecnológico; ya no vivimos en definitiva dentro de la naturaleza, sino en una tecnosfera rodeada de la biosfera. Este factum histórico es el resultado de la expansión del poder tecnológico y de los alcances del poder humano de acción. (Linares, 2008, p. 366)

Al mismo tiempo, Habermas (1986) indica que las tecnologías han sido asumidas como reglas de la acción instrumental para el pronóstico y control de la naturaleza, pero también han sido capaces de penetrar y transformar las instituciones sociales hasta el punto de orientar todas las acciones humanas. De este modo, la tecnología implica un metarrelato que provee un esquema que organiza una forma de conocimiento y un modo de mirar la realidad, ambos factores que conducen posiciones, praxis y decisiones humanas e institucionales (Palacio, 2010). Por lo tanto, si en el pasado las sociedades estuvieron preparadas para los infortunios de la vida, especialmente a través de la religión y su orden cósmico, en la actualidad las sociedades pretenden su resguardo con el progreso, la ciencia, la tecnología y la razón instrumental (Horkheimer y Adorno, 1971). De esta manera, como señala Daniel Bell (1994), la tecnología se instala como componente nutricio para realizar las utopías que la historia de la humanidad requiere. Por esta razón, el discurso emanado de la tecnología se fija como una significación social imaginaria y representacional, que mediante la intersubjetividad producida por los miembros de una sociedad (Baeza, 2015) sienta significaciones simbólicas para la construcción de aquello que denominamos “realidad”.

Para comprender y delimitar el metarrelato tecnológico, resulta idóneo reconocer su directa relación con la función cultural que cumple la narración mítica. En primer término, las explicaciones míticas son narraciones que han desempeñado un papel fundamental en la historia (Eliade, 1996). El mito es un modelo ejemplar “que sirve de pauta para todos los comportamientos, incluso los profanos del hombre” (Gutiérrez, 2012, pp. 50-51). Por lo tanto, los relatos míticos constituyen pilares ontológicos y axiológicos que sostienen la articulación cohesionada de las comunidades humanas. Por ello es que se considera que “el mito es un artefacto que sirve para instalarnos en el presente, es decir, para construir nuestro espacio y nuestro tiempo” (Duch, 2010, p. 22).

Dentro de todos los universos míticos se alojan importantes complejos simbólicos que movilizan la capacidad imaginativa (Duch y Chillón, 2012) indispensable para el desarrollo de la categoría cultural de la especie humana. Por esto, pese a la insistencia cientificista de establecer una línea de separación entre mito y razón, los mitos continúan existiendo y expresando experiencias sapienciales compartidas que ilustran modos de pensar, de creer y de sentir (Duch y Chillón, 2012). Por ello, cabe insistir que, al igual que la explicación simbólica, la interpretación mítica pertenece estructuralmente a la inteligencia. En efecto, los mitos contienen mensajes que dejan al descubierto situaciones universalmente trascendentales para la existencia humana De modo que, en la actualidad, los mensajes paradigmáticos de los mitos y los símbolos se hallan en diversos sectores, tales como la ciencia, el arte, la política, la economía y, por supuesto, la tecnología, actuando como sistemas matrices de la inteligibilidad y la creación de lo histórico-social.

Específicamente, y en relación con el interés del presente artículo, la tecnología exhibe y comunica socialmente un discurso que adquiere un valor mítico y relevancia simbólica, puesto que “lo que importa en el mito no es exclusivamente el hilo del relato, sino también el sentido simbólico de sus términos” (Durand, 1982, p. 412).

En consecuencia, los elementos tecnológicos no son únicamente instrumentos para resolver problemas, sino también mediaciones simbólicas que se levantan como fuente y materia prima del hiperespacio cultural (Han, 2018). Por ello, se estipula que la tecnología contiene aquel precepto mítico anclado en la posibilidad simbólica de recrear un universo nuevo (Eliade, 1996).

Consideraciones metodológicas: contexto y objeto de estudio

De acuerdo con el marco espacio-temporal del actual mundo globalizado en el que se sitúa el interés de este artículo, se considera que la sociedad hoy día se desarrolla en un periodo posindustrial centrado en la tecnología y en la organización del conocimiento (Bell, 1994). Se añaden a estas condiciones el consumo, el hedonismo y el individualismo (Lipovetsky y Serroy, 2010); la ausencia de heterogeneidad y el aumento progresivo de la homogeneidad cultural (Han, 2018). Así, la actual institución social es un sistema que ordena la vida cotidiana de acuerdo con el placer individual y la posesión de bienes materiales, lo que configura el globalizado “modelo de la imago cultural” (Bell, 1994, p. 22). Aquí, dos son las vocaciones esenciales para el desarrollo social: el capitalismo (Lipovetsky y Serroy, 2010) y la tecnociencia (Cabrera, 2006; Coca, 2010). De modo que la sociedad se vuelca extensivamente hacia el “mundo de la tecnología, el consumismo y la industria cultural” (Eagleton, 1997, pp. 11-12). De acuerdo con esto último, la narratividad de la tecnología considera que el saber científico posee completa legitimidad, puesto que es el instrumento que más favorece al progreso social. De tal manera, la tecnología es asimilada como elemento indispensable para los sujetos que la producen y se alimentan de su operación.

Conforme a lo anterior, y en relación con el interés de este trabajo, se toma como objeto de análisis el metarrelato de la tecnología en el mundo de la sociedad globalizada y, a modo de ejemplificación, se profundiza en una de sus materializaciones: los viajes turísticos al espacio, los cuales han alcanzado gran notoriedad durante 2021. Con esto se intenta ilustrar que la tecnología expresa una fuente referencial de sentido simbólico para las personas, por ende, es representativa de una imagen del ser humano en el Cosmos.

En relación con el fenómeno que se toma como ejemplo, la NASA y la Asociación de Transporte Espacial afirman que el turismo será el principal uso comercial que se le dará al espacio en los próximos años (Spector et al., 2017). La tecnología que permite el desarrollo de este tipo de turismo se encuentra lista, cuestión que deriva en la comercialización del espacio y en el desarrollo de una nueva industria del turismo (González-Ghrimoldi y Di Bernardi, 2018). En tal sentido, el 11 de julio de 2021, la empresa Virgin Galactic, propiedad de Richard Branson, realizó el primer viaje con un avión supersónico llamado VVS Unity. Asimismo, el 20 de julio, la empresa Blue Origin, de Jeff Bezos, logró alcanzar los 100 kilómetros de altitud mediante un cohete con un motor de hidrógeno líquido. También se espera que las naves del proyecto Space X, de Elon Musk, alcancen los 500 kilómetros de altitud y estén durante 72 horas en órbita. Estos tres proyectos mencionados esperan realizar viajes al espacio de manera constante, por lo que ya existen listas de espera.

Tanto para abordar el fenómeno de estudio como para cumplir con el objetivo de este escrito, se ha utilizado una metodología analítica e interpretativa (Strauss y Corbin, 2016), con la finalidad de generar un esquema descriptivo mediante la comparación e integración dialógica de nociones. De esta manera, se desarrolla una aproximación intencionada hacia el objeto para su captación, análisis e interpretación (Flórez y Tobón, 2001). En este sentido, el estudio se ha efectuado a través del proceso de lectura y reflexión (Álvarez-Gayou, 2003) de una bibliografía que ha permitido delimitar y contextualizar (Batthyány y Cabrera, 2011) el significado social del metarrelato de la tecnología, ejemplificado en los viajes turísticos al espacio.

Cabe señalar que, por la naturaleza del campo abordado, este trabajo es susceptible de reformulación, remodelación y ampliación (Martínez, 1996), en virtud de comprender e interpretar la situación planteada en sus diferentes aspectos (Batthyány y Cabrera, 2011). Atendiendo a una perspectiva hermenéutica, que permite una aproximación a la realidad descrita, este trabajo de análisis se refiere a un contexto que puede ser reanalizado y reinterpretado permanentemente, sobre todo por la dinámica propia de la tecnología, que avanza progresivamente introduciendo nuevos términos, conceptos y gestos en la sociedad. Quienes escriben son plenamente conscientes de que el procedimiento hermenéutico orienta el descubrimiento e interpretación de aquellos significados que están presentes en el orden social que configura el mundo más próximo y la realidad de los individuos (Ricœur, 2002).

Discusión de resultados

En el presente trabajo, la tecnología como medio de respuesta a las necesidades de la vida humana evidencia la presencia de un metarrelato constante desde la modernidad hasta nuestros tiempos, de modo que se vislumbra una idea socio-compartida del progreso vinculada a los referentes de avance y a la utilización y optimización de la naturaleza en virtud del mejoramiento de la vida humana (Carretero, 2019).

De acuerdo con lo anterior, el actual interés por disponer de medios tecnológicos que posibilitan los tránsitos turísticos hacia dimensiones fuera del orden terrestre da cuenta de esta presencia mítica en la actividad tecnológica, que moviliza valores, justifica praxis y responde a interrogantes relativas al existir, más allá del uso funcional propio de los medios tecnológicos. Es así como, en la época globalizada, el viaje turístico espacial representa una parte de las nociones míticas que nutren el imaginario social del presente, entregando sentido y fuerza organizadora a la vida del ser humano en su relación con el Cosmos (Durand, 1982; Solares, 2018).

Una de las concepciones de “realidad” que la actual sociedad posee es aquella sobre “un desborde de la idea de tiempo, espacio y sujeto representado por la supresión del sentido histórico, en nombre de la instantaneidad” (Aragón, 2020, p. 193). Idea que para la sociedad no es una ilusión, sino más bien una posibilidad cierta de acceder a sectores inexplorados y conseguir aquello que antes parecía inalcanzable, pues para los sujetos del mundo globalizado nada es imposible. De esta manera, se aprecia una sed y un deseo del infinito. En este sentido, la tecnología hoy, parafraseando a Eliade (1996), implicaría la posibilidad de una nueva creación. Frente al mundo contingente y desgastado, que se desmorona, degenera y perece (Eliade, 1996), existe la oportunidad de restablecer un nuevo comienzo. Así como las sociedades ancestrales pensaron en la reiniciación del mundo por medio de actuaciones religiosas, en la actualidad es la tecnología el instrumento para alcanzar un “porvenir fabuloso” (Eliade, 1996, p. 59). Al respecto, los viajes turísticos al espacio simbolizan aquello que Eliade (1996) denomina como una regeneración universal efectuada sin cataclismo o, sencillamente, una promesa que dispone esperar algo bueno (Cabrera, 2006).

En efecto, la tecnología, que ha puesto en marcha un instrumento para responder al deseo humano de un porvenir, conlleva un discurso que señala la oportunidad de trascender lo inmediato y lo provisorio del mundo contingente. En este sentido, los viajes turísticos al espacio representan socialmente una identificación entre el futuro que vendrá y la tecnología, que es el medio concreto generado por las capacidades humanas. Se trata de una operación que posee su fundamento en el imaginario, “donde futuro y tecnología se identifican en relación con el imaginario moderno del progreso” (Cabrera, 2006, p. 182).

A través de la tecnología, el allí espacial se conecta y comunica socialmente de manera inmediata con el aquí terrestre, entregándole al ser humano la oportunidad de realizarse como un turista (Han, 2018) que recorre un mundo que se proyecta ad infinitum. Para el cosmólogo y científico espacial Martin Rees (2018), en el futuro los viajes espaciales estarán “en manos de aventureros con financiación privada, preparados para participar en programas de bajo coste mucho más arriesgados de los que autorizaría ningún gobierno con participación de civiles” (p. 28). El deseo de esta clase de desplazamientos representa y revive el ideal del progreso indefinido y el culto a lo novedoso que articula a las sociedades actuales.

Pero, considerando que en la cultura todo es parte de un proceso de simbolización generado por “el homo sapiens, racional y consciente, hacedor de su historia” (Solares, 2018, p. 138), se debe tener en cuenta que en el presente globalizado, en el potencial creativo de los seres humanos (Castoriadis, 2013; Durand, 1982), el metarrelato de la tecnología se instala como una matriz de sentido en los planos de significación social: representación e imaginario. De tal modo, se puede establecer que la tecnología sitúa un discurso cultural que se identifica directamente con las formas simbólicas, de la misma manera que lo hacen “la pintura, la poesía, y la ficción, o en las formas religiosas de letanías, liturgias y rituales, que tratan de explorar y expresar los sentidos de la existencia humana en alguna forma imaginativa” (Bell, 1994, p. 25).

El metarrelato de la tecnología inspira un sistema de ideas o imaginario social que es posible ver representado en los viajes turísticos al espacio. Estos simbolizan socio-culturalmente la resolución de las urgencias instaladas por el consumo, el hedonismo y el éxito de las sociedades del mundo globalizado, puesto que “en sociedades opulentas, el abanico de necesidades y deseos humanos trasciende con mucho el ámbito de lo que puede considerarse básico y se abre a necesidades simbólicas conectadas con creencias sociales y motivaciones psicológicas” (Rodríguez-Díaz, 2012, p. 3). De acuerdo con ello, la significación social de la tecnología funciona como núcleo de (re)definición de las necesidades, soluciones y objetivos de la comunidad, que en ningún caso deja de articularse y comunicarse conforme a sus símbolos, representaciones e imaginarios compartidos. Lo anterior indica, de acuerdo con Sánchez Rodríguez (2015), que en el espíritu humano existe un doble movimiento: por una parte, el que accede al progreso de la ciencia en su esfuerzo por superar la naturaleza; por otra, la fuerza de la consciencia imaginante, ontológicamente profunda e intensa, que le permite al ser humano abrirse incesantemente a la novedad.

Dentro de tal realidad, los viajes turísticos más allá del planeta Tierra se extienden como una expresión cultural y simbólica, como materialización o imagen cultural (Jodelet, 1986) que afianza el imaginario social de la tecnología como un metarrelato legitimado e instituido. En este sentido, representan un sistema cognoscitivo de creencias compartidas que le otorga a la tecnología poderes extraordinarios, capacidades sobresalientes y herramientas de posibilidades infinitas, puesto que el sujeto de las sociedades globalizadas le concede a la tecnología unas cualidades que, a la postre, se han transformado en un sistema simbólico matricial del cuerpo social. Para Castoriadis (2013), la institución de la realidad social emerge de una cualidad poiética del ser humano que permite componer la arquitectura de significaciones de una sociedad. De tal manera, “la sociedad es básicamente koinogénesis, es institución socioimaginaria de significaciones” (Baeza, 2015, p. 181) que cohesionan a un grupo social. Es así como, mediante la capacidad creativa y potencia natural de la imaginación simbólica (Durand, 2007), se engendran imágenes fundamentales y metarrelatos fundadores capaces de unificar a las sociedades, proveer un orden existencial y sostener al ser humano en su irrupción en el mundo. De esta manera, la razón tecnológica muestra que la vertiente de ensoñación humana no se halla extinta, sino fuertemente expresada y extendida en los ámbitos de la conformación cultural globalizada.

Conclusiones

Este trabajo ha definido que la cultura se sostiene en las creaciones humanas que, en sí mismas, se encuentran articuladas desde la simbolización. Seguidamente, se ha afirmado que el potencial creativo surgido de la imaginación humana da nacimiento a constructos simbólicos que fundamentan las significaciones que formalizan los mundos inmateriales y materiales del ser humano. Es decir, es el anthropos el que instituye todo su mundo; las cosas son como son porque los individuos las han instituido de esa manera en particular. Es así como emanan todos aquellos relatos míticos, imaginarios y representaciones sociales que le dan sentido y coherencia al ser humano en su experiencia en el mundo social y natural.

En este sentido, podemos señalar que la sociedad globalizada también se estructura mediante universos simbólicos que expresan una determinada cadena de valores, ideales, mitos, categorías y códigos culturales. De acuerdo con esto, la tecnología entendida como instrumento emanado del pensamiento científico racional no deja de contener un relato simbólico que responde al deseo existencial interior del ser humano.

Así, el metarrelato de la tecnología posee un carácter simbólico que le aporta al mundo actual su propio sentido singular, que mediante su narrativa nutre y fija aquellas significaciones imaginarias y representacionales del mundo globalizado. De tal manera, la mistificación de la tecnología opera como referente del pensamiento y la actuación humana, por ende, forma parte del imaginario que establece el marco de la interacción social y, por consiguiente, en los objetivos, proyectos y materializaciones más concretas que el ser humano define en su mundo más próximo.

En este sentido, consideramos que la tecnología aporta un sistema de sentido y códigos que conducen la praxis cotidiana de los sujetos, por lo tanto, su significado se hace presente tanto en la superficie como en la hondura del sentido social. De manera que la tecnología se posiciona como una mediación simbólica universal entre el ser humano, su mundo y otros mundos nuevos ubicados más allá de las fronteras conocidas. Dentro de lo señalado, una de las representaciones más elocuentes de la significancia del metarrelato tecnológico es el viaje turístico al espacio, que además de expresar concretamente la amplia dimensión material de los medios tecnológicos, devela una imagen cultural demostrativa del deseo humano de conquista y apropiación del universo.

Desde una perspectiva crítica, estos viajes encarnan en sí la comercialización del universo. Aquel lugar extenso e indescifrable más allá de la tierra se transforma ahora en una nueva mercancía para el sujeto terrestre. Es decir, el universo y sus componentes, la energía y la materia, lucen desde ahora en un amplio escaparate como un nuevo objeto para la sociedad globalizada. En otras palabras, si en la época moderna el ser humano comenzó con la subordinación y explotación de la naturaleza terrestre, en el actual mundo globalizado el homo sapiens emprende la conquista, la utilización y la subordinación del espacio exterior.

Finalmente, concluimos que este trabajo tiene la particularidad de realizar un aporte al conocimiento científico con una base o propedéutica teórica para futuras investigaciones en el campo de las ciencias sociales y sus áreas derivadas. Por tanto, la proyección de esta investigación se halla destinada al estudio de las representaciones mediáticas y los imaginarios vehiculizados en los medios de comunicación tradicionales y en las nuevas plataformas digitales, pues consideramos que los medios de comunicación son un dispositivo que, al informar sobre un hecho, tienen la posibilidad de anclar ciertas visiones del mundo en sus receptores, luego del proceso deliberado de seleccionar determinados elementos de la realidad en desmedro de otros. Aquí recala, entonces, el interés de profundizar en los cimientos teóricos desarrollados en este artículo y, a su vez, aplicar un estudio empírico sobre una muestra discursiva presente en un corpus determinado de medios masivos de comunicación.


 

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[1] Este artículo fue concebido gracias al financiamiento de ANID del Programa Fondecyt de Postdoctorado número 3210195 del Dr. Ignacio Riffo Pavón.