Austral Comunicaci�n
ISSN-L 2313-9129
ISSN-E 2313-9137
Volumen 14, n�mero 2, 2025
e01416
Enrique S�nchez-Costa*
https://orcid.org/0000-0003-1440-819X
Universidad de Piura. Lima, Per�.
enriquesancos@gmail.com
Fecha de finalizaci�n: 26 de marzo de 2424.
Recibido: 27 de marzo de 2024.
Aceptado: 4 de noviembre de 2024.
Publicado: 10 de abril de 2025.
DOI: https://doi.org/10.26422/aucom.2025.1402.san.
Resumen
En este trabajo se estudia, desde conceptos de la teor�a de redes, la creaci�n y articulaci�n de las redes intelectuales cat�licas en la Europa de entreguerras. Se dedica particular atenci�n a Jacques Maritain, quien desde su residencia de Meudon y a trav�s de proyectos como los C�rculos de Estudio Tomistas, la Sociedad de Filosof�a de la Naturaleza y la colecci�n editorial Le Roseau d�Or se convirti� en el principal superconector y centro de conexiones del catolicismo �en el campo de las ciencias humanas y la literatura� en la Europa de entreguerras.
Se concluye que esas redes intelectuales cat�licas fueron m�s din�micas y creativas �en el �mbito de las ciencias humanas y la literatura� que las jerarqu�as eclesi�sticas del momento y que, ante la crisis de la modernidad, tras la fiebre rupturista de las vanguardias y el trauma de la Gran Guerra, esas redes ofrecieron, en la Europa de entreguerras, espacios de acogida, encuentro y esperanza; modelos vitales e intelectuales prestigiosos, merecedores de imitaci�n; proyectos colectivos ilusionantes, como las revistas Esprit y Cruz y Raya; y la pertenencia a una red social y a una comunidad de identidad cat�lica (intelectual, espiritual y amical) con todo el atractivo de su capital social: mapas de sentido, referentes comunes, publicaciones y redes de ayuda mutua. Por todo ello, esas redes intelectuales cat�licas fueron clave para reposicionar al catolicismo, en la Europa de entreguerras, como referente en las ciencias humanas y como respuesta renovadora y sugerente a la crisis de la modernidad.
Palabras clave: ciencias humanas, literatura, redes intelectuales, catolicismo, Maritain, Europa.
Abstract
This work studies, from concepts of network theory, the creation and articulation of Catholic intellectual networks in interwar Europe. Particular attention is devoted to Jacques Maritain, who, from his residence in Meudon and through projects such as the Thomistic Studies Circle, the Society for the Philosophy of Nature and the editorial collection Le Roseau d�Or, became the main superconnector and the connection center of Catholicism, in the field of human sciences and literature, in interwar Europe.
It is concluded that these Catholic intellectual networks were more dynamic and creative, in the field of human sciences and literature, than the ecclesiastical hierarchies of the moment. And that, in the face of the crisis of modernity, after the disruptive fever of the avant-garde and the trauma of the Great War, these networks offered, in interwar Europe, spaces of welcome, encounter and hope; prestigious intellectual and vital models, worthy of imitation; exciting collective projects, such as the Esprit and Cruz y Raya magazines; and belonging to a social network and a community of Catholic identity (intellectual, spiritual and friendly) with all the attractiveness of its social capital: maps of meaning, common references, publications and mutual aid networks. For all these reasons, these Catholic intellectual networks were key to repositioning Catholicism, in interwar Europe, as a reference in the human sciences and as a renewing and suggestive response to the crisis of modernity.
Keywords: human sciences, literature, intellectual networks, Catholicism, Maritain, Europe.
Resumo
Este trabalho estuda, a partir de conceitos da teoria das redes, a cria��o e articula��o de redes intelectuais cat�licas na Europa entre guerras. � dada especial aten��o a Jacques Maritain, que a partir da sua resid�ncia em Meudon, e atrav�s de projetos como os C�rculos de Estudos Tomistas, a Sociedade para a Filosofia da Natureza e a cole��o editorial Le Roseau d�Or, tornou-se o principal superconector e centro de conex�es do catolicismo, no campo do humano ci�ncias e literatura, na Europa entre guerras.
Conclui-se que estas redes intelectuais cat�licas foram mais din�micas e criativas, no campo das ci�ncias humanas e da literatura, do que as hierarquias eclesi�sticas do momento. E que, face � crise da modernidade, depois da febre disruptiva das vanguardas e do trauma da Grande Guerra, estas redes ofereceram, na Europa entre guerras, espa�os de acolhimento, encontro e esperan�a; modelos vitais e intelectuais de prest�gio, dignos de imita��o; projetos coletivos emocionantes, como as revistas Esprit e Cruz y Raya; e pertencer a uma rede social e a uma comunidade de identidade cat�lica (intelectual, espiritual e amig�vel) com toda a atratividade do seu capital social: mapas de significado, refer�ncias comuns, publica��es e redes de ajuda m�tua. Por todas estas raz�es, estas redes intelectuais cat�licas foram fundamentais para reposicionar o catolicismo, na Europa entre guerras, como refer�ncia nas ci�ncias humanas e como resposta renovadora e sugestiva � crise da modernidade.
Palavras-chave: ci�ncias humanas, literatura, redes intelectuais, catolicismo, Maritain, Europa.
�Una cristiandad no agrupada en un cuerpo de civilizaci�n homog�neo, sino extendida por toda la superficie del globo como una red de centros de vida cristiana diseminados entre las naciones�.
(Jacques Maritain, Humanismo integral, 1936, p. 271).
En 1926, Ortega y Gasset se�ala que, frente a las �pocas de alejamiento de lo divino, hay otras en las que �emerge a sotavento el acantilado de la divinidad. La hora de ahora es de este linaje, y procede gritar desde la cofa: �Dios a la vista!� (p. 2). Un a�o despu�s, afirma que �el catolicismo significa hoy, dondequiera, una fuerza de vanguardia, donde combaten mentes clar�simas, plenamente actuales y creadoras� (Herrero-Sen�s, 2011, p. 374). No extra�a, entonces, que la principal revista de la vanguardia literaria espa�ola �La Gaceta Literaria� consagre en 1928 un n�mero entero al tema �catolicismo y literatura�, con textos de Max Scheler, Ramiro de Maeztu, Jos� Bergam�n, Antonio Marichalar y Max Jacob, adem�s de una entrevista a Jacques Maritain sobre el tomismo.
En 1930, el diario ingl�s The Daily Express abre con un ensayo a toda p�gina del novelista Evelyn Waugh, �el �ltimo de una serie de destacados escritores brit�nicos que �se han pasado� a Roma� (p. 1),[1] donde explica las razones de su conversi�n cat�lica. En 1936, desde las p�ginas de la Nouvelle Revue Fran�aise, Jean Grenier define su �poca como �la edad de las ortodoxias�. En estos �ltimos diez a�os, explica, se ha pasado �de una duda absoluta a una fe total, de una desesperanza sin l�mites a una esperanza tambi�n ilimitada� (p. 481). Compara el acercamiento de intelectuales como Gide o Rolland al Partido Comunista con la efervescencia de �una doctrina contraria pero igualmente de moda: el tomismo� (p. 489). Y explica que, �bajo la direcci�n de Maritain, las ciencias tambi�n han sido llamadas a rendir homenaje al Doctor Ang�lico� (p. 490) a trav�s de la Societ� de Philosophie de la Nature (1925-1931) y sus Cahiers. Una d�cada despu�s, en 1945, tambi�n Hannah Arendt (1994) registra en �Cristianismo y revoluci�n� que �hemos sido testigos de una ola tras otra de resurgimiento neocat�lico desde el per�odo de decadentismo finisecular que en parte lo engendr� (p. 151).
Las referencias precedentes, incluidas las de fil�sofos no cat�licos como Ortega, Grenier y Arendt, registran la existencia de un fen�meno notable: la emergencia del catolicismo como corriente intelectual en la Europa de entreguerras. Esta observaci�n nos lleva a formular la siguiente pregunta de investigaci�n: �por qu�, despu�s de d�cadas dominadas por el positivismo y en pleno auge de la filosof�a de la sospecha, se produjo en Europa un renovado inter�s por la religi�n entre escritores y estudiosos de las ciencias humanas? En investigaciones previas (S�nchez-Costa, 2014), hemos argumentado que, ante la crisis de la modernidad, tras la irrupci�n febril de las vanguardias art�sticas y la devastaci�n de la Gran Guerra, el catolicismo les ofreci� a los intelectuales una filosof�a realista, un hogar metaf�sico, un ideal, un sentido, una meta, una esperanza y un proyecto coherente de vida.
En este trabajo de historia intelectual, adoptaremos una perspectiva metodol�gica diferente �pero complementaria� basada en la teor�a de redes para responder a la pregunta de investigaci�n sobre la atracci�n del catolicismo entre intelectuales en la Europa de entreguerras. Introduciremos conceptos importantes de teor�a de redes, estudiaremos las redes intelectuales del catolicismo en Francia (alrededor de figuras como Claudel y Maritain, que actuaron como superconectores de la red) y reseguiremos otras redes intelectuales cat�licas europeas �y sus enlaces internacionales� con Maritain como principal centro de conexiones. Finalmente, concluiremos que el catolicismo no solo ofreci� respuestas a inquietudes existenciales, sino que tambi�n les proporcion� a sus adherentes la pertenencia a una red social y a una comunidad de identidad definida y organizada. La estructura de esta red facilit� un ambiente de apoyo mutuo, donde los mapas de sentido y las referencias comunes se consolidaron a trav�s de publicaciones peri�dicas y correspondencias, reforzando la cohesi�n interna y la resiliencia de la comunidad frente a las corrientes ideol�gicas dominantes de la �poca.
El Homo sapiens es, adem�s de zoon politik�n (Arist�teles, 1988, p. 50), de animal pol�tico, c�vico o social, un Homo dictyous: un �hombre en red� (Christakis y Fowler, 2010, p. 233). �Debemos cooperar con otros, juzgar sus intenciones e influir o ser influidos por ellos. En resumen, los humanos no s�lo vivimos en grupos, sino que vivimos en redes� (p. 225). Esa vida social compleja es tan significativa para el ser humano que habr�a sido una de las causas de su desarrollo intelectual. Para Nicholas Humphrey, �la funci�n principal del intelecto creativo es mantener unida a la sociedad. [�] Las facultades intelectuales superiores de los primates han evolucionado como una adaptaci�n a las complejidades de la vida social� (como se cit� en Bateson y Hinde, 1976, pp. 307 y 316). Seg�n esta hip�tesis de la inteligencia social, los cerebros de los seres humanos (su mayor tama�o relativo y capacidad cognitiva) evolucionaron para la empat�a, la cooperaci�n y la competencia que requer�a convivir en redes sociales complejas, lo que, a su vez, posibilit� la supervivencia y el florecimiento de la especie humana.
Hasta hace pocas d�cadas, los historiadores privilegiaron el estudio de las jerarqu�as. Niall Ferguson (2018), en cambio, muestra en La plaza y la torre c�mo desde el nacimiento del mundo moderno las redes �la plaza, lo horizontal� han sido tan importantes en la transformaci�n hist�rica como las jerarqu�as: la torre, lo vertical. Analiza las redes de conocimiento de los descubridores ib�ricos, las redes matrimoniales y financieras de los Medici, las redes de impresi�n de Lutero, las redes epistolares de Voltaire, las redes empresariales de la Revoluci�n industrial, las redes intelectuales de la Revoluci�n rusa, etc. Para Ferguson (2018), �debido a su estructura relativamente descentralizada, a la forma en que combinan cl�steres y v�nculos d�biles, y al hecho de que son capaces de adaptarse y evolucionar, las redes tienden a ser m�s creativas que las jerarqu�as� (p. 91). A continuaci�n se analizan estos y otros conceptos de teor�a de redes.
Una red es un conjunto de relaciones (enlaces o aristas) entre nodos (personas, instituciones, objetos o v�rtices). La red social m�s simple es una d�ada: un v�nculo entre dos nodos (por ejemplo, dos hermanos). Le sigue la tr�ada. Esta puede ser un tri�ngulo o tr�ada transitiva si los tres nodos o miembros est�n conectados positivamente entre s�, o puede ser una tr�ada prohibida si uno de los tres miembros es amigo de uno, pero enemigo del otro. Eso introduce un desequilibrio que debilita los dem�s v�nculos y, por tanto, la estructura de la red. Cuantos m�s nodos contenga una red y cuantos m�s v�nculos rec�procos y positivos haya entre ellos, m�s valiosa resulta para sus miembros (facilita informaci�n, ayuda mutua, etc.) y m�s act�a la red como acelerador o magnificador de aquello que se comunica o intercambia en ella.
Hay redes sistem�ticas y estructuradas. Otras, en cambio, surgen de modo espont�neo y son org�nicas o autoorganizadas. Casi todas ellas son din�micas: crecen o decrecen, cambian con la adici�n o la redistribuci�n de nodos y enlaces (seg�n la frecuencia del cambio, se habla de redes m�s estables o inestables). La forma de las redes es muy variada: puede ser homog�nea, con forma de malla (donde cada nodo tiene el mismo n�mero de v�nculos que los dem�s), pero la mayor�a son heterog�neas. Unos pocos nodos (los hubs, n�cleos o superconectores) concentran la mayor parte de conexiones, mientras que los dem�s cuentan con muchos menos enlaces. As� funciona la red de aeropuertos (donde hubs como Los �ngeles, Londres o Dub�i centralizan muchas conexiones internacionales) o internet (donde p�ginas como Google, Facebook, Instagram o Wikipedia acumulan una parte importante del tr�fico).
El cociente intelectual o la altura de los seres humanos sigue una ley de campana: suele ser similar y m�s o menos predecible (nadie mide 5 metros). En las redes, como hemos visto, suele ocurrir algo distinto. La desigualdad en el n�mero de conexiones (el grado) de cada nodo es tan grande que no pueden realizarse predicciones correctas sobre �l (un canal de YouTube tiene un seguidor; otro, cien millones). De ah� que, seg�n Barab�si (2002), conviene �abandonar la idea de una escala o un nodo caracter�stico� (p. 70) (promedio) y debemos considerarlas, en cambio, redes libres de escala. Otra forma de explicarlo es que la mayor�a de las redes sigue �como en el reparto de la riqueza� una ley de poder matem�tica y una distribuci�n de Pareto (por ejemplo, el 20% de los nodos congrega el 80% de los enlaces). Robert K. Merton (1968) llam� a este fen�meno de ventajas acumulativas el efecto Mateo, en referencia a la frase evang�lica: �Al que tiene se le dar� y tendr� en abundancia; pero al que no tiene incluso lo que tiene se le quitar� (Mt 13: 12).
Que la mayor�a de las redes sean libres de escala (y sigan la ley de poder, la distribuci�n de Pareto o el efecto Mateo) se debe a la vinculaci�n preferencial. Los agentes libres no se vinculan a los dem�s de modo aleatorio porque existe la homofilia (la atracci�n por personas parecidas) o, en t�rminos matrimoniales, la homogamia. Las personas se vinculan preferentemente con quienes se parecen a ellas, con quienes est�n m�s pr�ximas (en t�rminos geogr�ficos, culturales, etc.), con quienes tienen m�s aptitud y con quienes est�n mejor conectados, porque es m�s f�cil encontrar a quien tiene ya m�s conexiones, porque la popularidad atrae y porque vincularse a un superconector aumenta el acceso a lo que fluye por la red (algo positivo, salvo en casos de epidemia sanitaria o financiera). �La probabilidad de que se elegir� un nodo es proporcional a su n�mero de v�nculos� (Barab�si, 2002, p. 86). Los v�nculos suelen crecer con el tiempo, de ah� que los nodos que primero forman parte de una red (los perfiles de redes sociales con a�os de funcionamiento, por ejemplo) tengan ventaja respecto a los reci�n llegados. Se amplifica as� la desigualdad: el rico se hace m�s rico o, en casos extremos, el rico lo concentra todo (el buscador de Google absorbe hoy m�s del 80% de b�squedas de escritorio).
La homofilia en las redes tiene efectos positivos: relacionarse con personas similares en estatus social o valores nos permite prever su comportamiento y acceder a informaci�n relevante para nosotros. En t�rminos psicol�gicos, �la identificaci�n con el grupo nos dota de un significado, como ant�doto a la ignorancia insoportable y la exposici�n al caos. [�] Estos patrones de comportamiento y jerarqu�as de valores [�] dan una estructura segura al ser dubitativo� (Peterson, 1999, p. 223). El problema es que un exceso de orden u homogeneidad puede resultar paralizador, pues dificulta el acceso a las experiencias y conocimientos ajenos a esa red (o al componente de ella del que formamos parte). �La homofilia act�a como un cortafuegos: los comportamientos son totalmente diferentes en diferentes partes de la red� (Jackson, 2019, p. 152). Esa forma de autosegregaci�n genera c�maras de eco y polarizaci�n �pol�tica, cultural, afectiva� en las redes sociales, acentuada hoy por los algoritmos. De ah� que se haya hablado de una �heterofilia �ptima� (Ferguson, 2018, p. 67) para las personas y redes sociales.
Dentro de una red encontramos cl�steres: grupos de nodos densamente interconectados en comparaci�n con otros nodos fuera del grupo. Los cl�steres tambi�n pueden entenderse como subconjuntos, subgrupos o comunidades dentro de una red que surgen por la presencia de conexiones m�s frecuentes o fuertes entre sus nodos. As� pues, muchas redes presentan una estructura modular, es decir, se subdividen en m�dulos o comunidades distintas, que, cuando act�an seg�n un prop�sito com�n, llamamos camarillas. Formar parte de un cl�ster, subgrupo, m�dulo o comunidad dentro de una red, como hemos visto, nos ofrece sentido de pertenencia y seguridad, pero tambi�n puede distanciarnos afectiva e intelectualmente de otros grupos (seg�n la estrategia adaptativa del tribalismo, anclada todav�a en nuestros genes).
En una red, tanto los grupos como sus �nodos compiten siempre por conexiones, porque los enlaces representan la supervivencia en un mundo interconectado� (Barab�si, 2002, p. 106). En �pocas prehist�ricas, ser expulsado de una familia, clan o tribu pod�a impedirle a alguien el acceso a las fuentes de alimento, cobijo y protecci�n f�sica necesarias para sobrevivir. A lo largo de la historia, algunos de los peores castigos han sido el confinamiento solitario, la marginaci�n, el ostracismo, el destierro, la excomuni�n o la reciente cancelaci�n social. Todos implican la p�rdida radical de v�nculos sociales, el aislamiento y no pocas veces conducen a la depresi�n o incluso al suicidio. As� pues, necesitamos los v�nculos personales para vivir en sociedad y competimos por conexiones (networking), porque representan un capital social: �Los favores, recursos e informaci�n a los que una persona puede acceder desde su red de conexiones sociales o como resultado de su reputaci�n� (Jackson, 2019, p. 139).
En las redes son fundamentales los hubs o centros de conexi�n. Esos nodos con muchas conexiones �determinan la estabilidad estructural, el comportamiento din�mico, la robustez y la tolerancia a errores y ataques de las redes. [�] Son los individuos altamente conectados que mantienen las redes sociales unidas� (Barab�si, 2002, pp. 72 y 129). Como san Pablo, el superconector cristiano tras la muerte de Jes�s, o como Maritain (Maritain y Maritain, 1987), que, parafraseando al ap�stol de los gentiles (1 Co 9:16), afirma en 1922: ��Ay de m� si no anuncio el tomismo!� (p. 928). Estos l�deres de opini�n o influencers, al difundir las innovaciones y asociarlas a su estatus prestigioso, posibilitan su adopci�n por parte de la poblaci�n. Pero, adem�s de los hubs, son clave los intermediarios: los conectores o puentes que salvan los huecos entre grupos. As�, Gertrude Stein es relevante por sus escritos, pero lo es todav�a m�s por su funci�n de intermediaria entre las vanguardias art�sticas. Por su sal�n de Par�s desfilaron escritores modernistas como Scott Fitzgerald, Joyce o T. S. Eliot, pintores cubistas como Picasso, Braque o Gris o artistas dada�stas como Man Ray o Duchamp.
La sociedad humana es una red de redes: una red interconectada, constituida, a su vez, por m�ltiples redes, subredes y comunidades. Gracias a los hubs y a los intermediarios, las redes son mundos peque�os porque �suelen tener un di�metro peque�o y una longitud de ruta promedio peque�a� (Jackson, 2010, p. 56); es decir, bastan muy pocos pasos para conectar un nodo con otro situado en otra parte lejana de la red. Para explicar ese fen�meno, Granovetter introduce en 1973 la idea de �la fuerza de los v�nculos d�biles�: su �poder cohesivo� en las �relaciones entre grupos� (p. 1360). No es la peque�a red de amigos (v�nculos fuertes), sino la red mucho m�s amplia de conocidos (v�nculos d�biles), �la que hace posible las oportunidades de movilidad� y la �cohesi�n social. Cuando un hombre cambia de trabajo, no s�lo pasa de una red de v�nculos a otra, sino que tambi�n establece un v�nculo entre esas redes� (p. 1373). A diferencia de los amigos, los conocidos o contactos m�s lejanos tienden a moverse en redes diferentes a las nuestras y, por tanto, cuentan con acceso a otras fuentes de informaci�n. En un estudio de 1974, Granovetter (1995, p. 17) concluye que el 56,8% de las personas estudiadas encontraron su trabajo a trav�s de contactos personales. Entre ellas, el 16,7% vieron a ese contacto �a menudo�; el 55,6%, �ocasionalmente�; y el 27,8%, �raramente� (p. 53). El dato constata la fuerza de los v�nculos d�biles.
En el mundo inmobiliario se repite que los tres factores determinantes para el valor de un bien ra�z son: ubicaci�n, ubicaci�n, ubicaci�n. En teor�a de redes, la posici�n es tambi�n fundamental. �Est� un nodo situado en una posici�n central o perif�rica de esa red y otras colindantes? Cabe examinar, para ello, su centralidad de grado: el n�mero de enlaces o relaciones que irradian de ese nodo. Otro elemento es la capacidad o centralidad de intermediaci�n: la cantidad de informaci�n que fluye por un nodo. En ese caso, no es esencial el n�mero de v�nculos directos del nodo, sino hasta qu� punto esos nodos enlazados tienen enlaces, a su vez, con otros nodos (cu�ntos amigos tienen mis amigos y cu�n importantes o centrales son). Finalmente, se habla de centralidad de cercan�a o proximidad: la media de pasos que existe entre un nodo y los dem�s de una red. Los hubs o superconectores tienen, por supuesto, una alta centralidad de grado y, a menudo, tambi�n de intermediaci�n y cercan�a.
Exploremos ahora el auge del catolicismo en el mundo intelectual franc�s, desde finales del siglo XIX hasta la Segunda Guerra Mundial, a trav�s de la figura del poeta Paul Claudel, de su influencia sobre muchos escritores que publicaban en la revista literaria Nouvelle Revue Fran�aise y de las redes amicales e intelectuales que form�.
En las �ltimas dos d�cadas del siglo XIX, en una Francia marcada por el positivismo, la confianza tecnocr�tica en el progreso y el descreimiento religioso, se forma una peque�a red de escritores cat�licos simbolistas y decadentistas (varios de ellos, conversos): Paul Verlaine, Jules Barbey d�Aurevilly, Ernest Hello, Joris-Karl Huysmans y L�on Bloy. Son nodos densamente interconectados entre s� (una red concentrada), pero desconectados de la red eclesi�stica y de la red de publicaciones cat�licas de la �poca (y, por tanto, perif�ricos respecto al catolicismo mainstream), hasta el punto de que Bloy titula su libro sobre Verlaine, d�Aurevilly y Hello como Un tr�o de excomulgados (1889). Su conexi�n internacional directa es, a finales del siglo XIX, con Oscar Wilde, quien admira a Huysmans, se acerca al catolicismo durante su internamiento en la c�rcel y se bautiza en 1900 en el lecho de muerte. Pero habr� que esperar hasta los primeros a�os del siglo XX para que Bloy adquiera rango de hub, influyendo a trav�s de su vida y escritos sobre algunos autores ingleses (Chesterton, Greene, Benson) y sobre muchos franceses, siendo clave en la conversi�n de Maritain.
En 1886 se convierte Paul Claudel, el poeta cat�lico m�s afamado del siglo XX y uno de los hubs del renouveau catholique franc�s. Durante las primeras d�cadas del siglo XX, a trav�s del prestigio de su obra literaria y su actividad epistolar, imprime su sello cat�lico a la cultura europea y propicia conversiones como las del poeta Francis Jammes, el cr�tico literario Jacques Rivi�re y el director de teatro Jacques Copeau. En una carta de 1911, le confiesa Claudel a Jammes: �Todo cat�lico que quiera hoy mantener su fe en medio de la indiferencia, o incluso de la hostilidad general, es un luchador (en el sentido de resistencia) y un aislado�. Esa situaci�n, prosigue, se agudiza en un �intelectual� y m�s todav�a en �un converso, a quien el accidente sobrevenido sit�a de repente al margen de antiguos h�bitos y relaciones� (Claudel et al., 1952, p. 209). Habr� que esperar todav�a unos a�os hasta que se tejan las redes intelectuales cat�licas que remedien el aislamiento social del que habla aqu� Claudel.
Rivi�re, director de la Nouvelle Revue Fran�aise (en adelante, NRF) desde 1919 hasta su muerte, se acerca al catolicismo por mediaci�n de Claudel, P�guy y Alain-Fournier. En 1907, Claudel le recomienda a Rivi�re leer �sobre todo a Pascal, que es el verdadero ap�stol ad exteros para nosotros, los franceses. Muchos libros de m�sticos. [�] Dante. Todo lo que puedas encontrar de Newman� (Rivi�re y Claudel, 1926, p. 49). Pascal, el cient�fico y humanista que desarrolla la calculadora, la mec�nica de fluidos y la teor�a de la probabilidad, mantiene en el siglo XX toda su fuerza persuasiva. En 1918, el vanguardista Apollinaire le escribe a Picasso: ��Qu� hay todav�a hoy que sea m�s nuevo, m�s moderno, m�s despojado, m�s cargado de riquezas que Pascal? Lo disfrutas, creo, y con raz�n. Es un hombre al que podemos amar� (Gugelot, 1998, p. 78). Pascal ilumina a casi todos los escritores del renouveau catholique franc�s, como Newman a los ingleses. Julien Green cuenta que, en su adolescencia, �Pascal era para m� la religi�n misma� (S�nchez-Costa, 2012, p. 21). Fran�ois Mauriac habla de quienes �hemos mantenido la fe en este Dios sensible al coraz�n, gracias a Blaise Pascal, hasta un punto que s�lo Dios sabe� (Broglie et al., 1963, p. 339). Charles Du Bos (2003) considera que �no ha habido mayor cat�lico que Pascal� (p. 883) y su conversi�n le debe mucho a su obra y a la de san Agust�n.
Tambi�n P�guy, cat�lico socialista y republicano, director de los Cahiers de la Quinzaine, es para muchos una fuerza inspiradora. En 1912, al rese�ar El Misterio de los santos inocentes de P�guy, Rivi�re (1912b) lo considera �un libro activo. [�] Desde que est� en m�, �qu� no ha logrado? No cesa de obrar dentro de m�. [�] Nos dice que Dios est� a nuestro favor, no en contra nuestra� (p. 983). Unos meses despu�s, Rivi�re (2012a) publica en la NRF el ensayo �De la fe�, dedicado a Claudel, siguiendo de cerca las reflexiones de P�guy. Claudel felicita a Rivi�re, exultante: �Me atrevo a decir que tu lugar est� se�alado con Patmore, con P�guy, con Chesterton y, si me permites, conmigo mismo, entre los escritores cuya tarea es la de rehacer una imaginaci�n y una sensibilidad cat�licas� (Rivi�re y Claudel, 1926, p. 250). Como expresa bellamente Claudel, su prop�sito no es solo crear redes de intelectuales, sino tambi�n valiosas redes de obras literarias y de pensamiento que contribuyan adem�s a recristianizar la cultura.
Rivi�re muere en 1925, con 39 a�os, tras abandonar la pr�ctica religiosa seis a�os antes. Surge la pregunta, entonces, de si ha muerto como creyente. La pol�mica se agranda no por el peso de la obra de Rivi�re, sino por dirigir �l, en el momento de su muerte, la NRF: una de las revistas culturales m�s prestigiosas del mundo, en la que se espejear�n la revista de T. S. Eliot The Criterion (1922) y la Revista de Occidente (1923) de Ortega. Cabe recordar la centralidad de Francia, hasta los a�os 70 del siglo XX, en la �Rep�blica de las letras� internacional. As� pues, importa a muchos la fe de Rivi�re, ante todo, por su ubicaci�n central, sus m�ltiples conexiones y su alt�sima capacidad de intermediaci�n �como director de la NRF� en la red literaria mundial.
La muerte de Rivi�re conmociona a otro colaborador de la revista: su amigo y cr�tico literario Charles Du Bos. Este sella su conversi�n cat�lica en 1927 y en su diario hace suya la frase de Rivi�re: �Es ante todo para comprender que me he hecho cristiano� (Du Bos, 2004, p. 491). En 1928, Mauriac (1990) publica en la NRF el ensayo �Sufrimientos del cristiano�, donde plantea que el cristianismo acaso sea un ideal impracticable. Tiempo despu�s, define su texto como �un grito, un llamado desgarrador. �Hacia Dios? No, m�s bien un grito de auxilio hacia mis hermanos� (p. 747). Su amigo Du Bos lo acompa�a a Lourdes. En 1929, desde la fe reencontrada, Mauriac publica en la revista �Felicidad del cristiano� con citas de Bloy, P�guy y Claudel.
Ese mismo a�o se bautiza el fil�sofo y dramaturgo Gabriel Marcel, con Mauriac como padrino. Marcel agradece tambi�n la �mediaci�n� de Du Bos y le confiesa que �es por ti que me he hecho cristiano� (Fouilleux, 1993, p. 243). Se aprecia aqu� el poder conectivo de un tri�ngulo amical (una tr�ada transitiva). Marcel apunta:
Vamos a Dios a trav�s del hermano. [�] He conocido personas en las que sent�a tan viviente la realidad de Cristo, que me era imposible dudar. En el fondo, siempre he cre�do m�s en la fe de los dem�s que en la propia. (Como se cit� en Moeller, 1963, p. 234)
Asimismo, emplea la imagen de la red para explicar c�mo, para Du Bos, sus amigos son �miembros de una cierta comunidad (�los amados�) [�] Nosotros, sus amigos, nos sent�amos como prendidos en su red�, pues deseaba �mantener una consonancia espiritual con aquellos a quienes amaba� (Marcel et al., 1941, p. 37).
Mientras Du Bos ultimaba su conversi�n, Claudel y Gide conclu�an, de modo tormentoso, una relaci�n amical y epistolar de d�cadas. Andr� Gide no solo es, desde la fundaci�n de la NRF en 1908, su hub principal. Es, adem�s, durante la primera mitad del siglo XX, uno de los superhubs de la cultura francesa, premiado en 1947 con el Nobel de literatura. Sartre rememora en 1951: �Todo el pensamiento franc�s de los �ltimos treinta a�os, se quiera o no, cualesquiera que sean sus otras coordenadas, Marx, Hegel, Kierkegaard, deb�a definirse tambi�n en relaci�n a Gide� (como se cit� en Winock, 1997, p. 155). Prueba de su magnitud son estas palabras de Claudel, en 1926, en su �ltima carta a Gide: �Eres lo que est� en juego, el actor y el teatro de una gran lucha cuya conclusi�n me es imposible predecir� (Claudel y Gide, 1949, p. 245).
El motivo de la ruptura es el protagonismo de la homosexualidad en la literatura de Gide. Claudel, de modo �spero, lo acusa de da�ar la moral y de exponerse a asumir una posici�n perif�rica en la red intelectual. Gide, que se considera entonces un cristiano sin Iglesia, muestra en su diario �ntimo de 1916-1919 ‒dedicado a Du Bos‒ su debate espiritual. En 1915 se hab�a convertido, en el frente de batalla, el escritor Henri Gh�on, uno de los fundadores de la NRF, �su mejor amigo y compa�ero de innumerables correr�as homosexuales� (Sheridan, 1999, p. xiii). En 1917, refiere Gide (1939) en su diario una carta de Gh�on, �de las m�s conmovedoras�, pero �mi alma permanece desatenta y cerrada, demasiado enamorada de su pecado para tomar el camino que la aleja de �l� (p. 622). Dos meses despu�s, escribe que �Gh�on est� para m� m�s perdido que si estuviera muerto. No ha cambiado ni est� ausente: est� confiscado� (p. 627).
A partir de 1917, Gide se aleja progresivamente de toda consideraci�n religiosa. En 1924 publica Corydon: una apolog�a de la homosexualidad y la pederastia. En 1925 se ve por �ltima vez con Claudel y, un a�o despu�s, intercambian sus �ltimas cartas. En los a�os 20 siguen las conversiones de fundadores o colaboradores asiduos de la NRF: Jacques Copeau, Jean Cocteau (1925), Du Bos (1927) y Marcel (1929). Pero, por la centralidad de Gide en la red de la NRF, su nuevo anticatolicismo militante genera demasiadas tr�adas prohibidas (con uno de sus v�nculos hostiles), tensionando y desestabilizando toda esa red. Mauriac (1990) habla de �guerra de religi�n� (p. 503).
Tras el affaire Gide y los cortocircuitos en la NRF, Jacques Maritain se propone crear una red intelectual cat�lica. A continuaci�n se ver� c�mo articula Maritain esa red, siendo entre 1925 y 1945 el epicentro del catolicismo intelectual en Europa.
En 1931, otro amigo de Gide convertido al catolicismo, Jacques Copeau, le sugiere a Mounier principios que inspiren la revista que este se propone crear (Esprit): �Una verdadera cr�tica cristiana, l�cida, audaz, y al mismo tiempo llena de caridad. [�] �Si se hubiera sido as� con Gide! Adem�s, ser�a necesario un tono alegre, incluso en asuntos serios� (Mounier, 2017, p. 228). Esos son, de hecho, los talentos de Jacques Maritain: potencia intelectual, sensibilidad art�stica, misticismo, as� como una personalidad alegre y cari�osa. Mauriac (1938) lo describe como �amado tiernamente por sus amigos y respetado por sus adversarios�. En la casa de Maritain, en Meudon, y �en su mirada y su voz�, �muchos que se podr�a creer desesperados� encuentran paz y �la presencia visible de la Misericordia� (p. 1). La esposa de Xavier Zubiri, exiliada con �l en Par�s durante la guerra civil espa�ola, afirma sobre Meudon: �De aquella casa nunca sali� nadie que necesitase ayuda sin haberla hallado. Ayuda moral, intelectual, pr�ctica. [�] Era la casa de la esperanza� (De la Reina, 2012, p. 180). Por su parte, Maritain (1992) se autodefine como �un mendigo del cielo disfrazado de hombre de mundo�, un �rom�ntico de la justicia pronto a imaginar, tras cada batalla librada, que la justicia y la verdad triunfar�n entre los hombres� (p. 130).
Maritain nace en 1882 y es educado en el protestantismo liberal. Estudia Filosof�a y Ciencias en la Sorbona, donde se enamora de Ra�ssa, una chica rusa de origen jud�o, poeta e intelectual. Conocen a P�guy, quien les recomienda asistir a las clases de Bergson. Este �fue el primero en responder a nuestro profundo deseo de verdad metaf�sica: liber� en nosotros el sentido de lo absoluto� (Maritain y Maritain, 1991, p. 27). En 1904, Jacques y Ra�ssa contraen matrimonio civil y conocen a Bloy, quien los orienta hacia el ideal de santidad: �Nos present� a los santos y a los m�sticos porque los amaba, porque su experiencia le era tan cercana que no pod�a leerlos sin llorar� (Maritain, 2000, p. 107). Los Maritain se bautizan en 1906. P�guy reencuentra la fe en 1907. Pero las discrepancias teol�gicas escalan y P�guy rompe su amistad con Maritain en 1910. Este se avergonzar� a�os despu�s del �tono dogm�tico y arrogante� en sus cartas a P�guy, que muestran �la fatuidad a la que uno puede llegar cuando es joven y acaba de sufrir el impacto de la conversi�n� (Maritain y Maritain, 1993, p. 1255).
En los a�os previos a la Primera Guerra Mundial, Maritain se hace amigo del pintor expresionista Georges Rouault, al que conoce en casa de Bloy. Estudia Biolog�a en Heidelberg bajo la direcci�n de Hans Driesch y descubre, a trav�s del padre Cl�rissac y de Ra�ssa, las obras de santo Tom�s de Aquino. Abraza el tomismo, vive en Versalles y asume una posici�n pol�tica conservadora, cercana al movimiento pol�tico de Charles Maurras (Acci�n Francesa). En 1914, muere P�guy en las trincheras, y en 1918, un soldado que se carteaba con Maritain, le lega al morir sus bienes a Maurras y a Maritain. Con ese dinero, este funda en 1920 la Revue Universelle (donde dirige la secci�n de filosof�a) y compra una casa en Meudon, a las afueras de Par�s. All� se traslada en 1923, instala un oratorio con el Sant�simo y celebra, hasta 1939, los c�rculos tomistas, donde participan Gilson, Yves Congar y Charles Journet. All� organiza, adem�s, un retiro espiritual anual, impartido por el tomista Garrigou-Lagrange, que, en 1937, congrega a m�s de trescientas personas. Mantiene amistad con los fil�sofos personalistas Mounier, Marcel, Guardini y Edith Stein y acoge reuniones interreligiosas y ecum�nicas, donde participa el fil�sofo ruso ortodoxo Nikol�i Berdiaeff y el arabista Louis Massignon.
En los a�os 20, Maritain traba amistad con el pintor surrealista Marc Chagall, de origen jud�o, al que ayuda a escapar de Francia ante la invasi�n nazi; con el pintor futurista italiano Gino Severini, al que le presta luego su casa de Meudon; con el cr�tico de arte Maurice Denis; con los compositores Erik Satie, Georges Auric, Arthur Louir� y Manuel de Falla; con Cocteau, Gh�on, Copeau, Du Bos, Mauriac, Claudel y Bernanos; con T. S. Eliot; con los escritores surrealistas Pierre Reverdy, Max Jacob y Maurice Sachs; y con el escritor Julien Green, que, como muchos asistentes a Meudon, era homosexual. Al conocer su homosexualidad, Maritain le recomienda la continencia sexual en bell�simas cartas de 1927: �Ahora que te conozco mejor, mi querido amigo, te amo m�s que antes. [�] Nunca te juzgar�. [�] Lo que s� es la profundidad de tu coraz�n. [�] Que la santa luz del Evangelio nos ilumine a ambos, querido Julien� (Green y Maritain, 1979, pp. 46-48).
En 1925, Maritain funda, en la editorial Plon, la colecci�n literaria Le Roseau d�Or como �r�plica a la NRF� (Chenaux, 1992, p. 168). La colecci�n publica, hasta 1932, decenas de obras de los autores m�s importantes del renouveu catholique franc�s, as� como de Guardini, Chesterton, T. S. Eliot, Belloc o Papini. En esos a�os, Maritain act�a tambi�n como inspirador, hub e intermediario de la Sociedad de Filosof�a de la Naturaleza (1926-1932, con Cahiers hasta 1936), cuyo prop�sito, exponen, es restaurar �la unidad intelectual� a trav�s de �una filosof�a de la naturaleza que, lejos de disociar las facultades humanas, permita su florecimiento en la unidad recobrada del pensamiento y de lo real� (Hubert, 1999, p. 15). La Sociedad, presidida por el ge�logo Pierre Termier (vicepresidente de la Academia de Ciencias de Francia), cuenta entre sus miembros y colaboradores con bi�logos como Lucien Cu�not, matem�ticos como Vall�e Poussin y fil�sofos como Roland Dalbiez.
En 1926, el papa P�o XI condena algunas obras de Maurras y el diario conservador radical que dirige: Action Fran�aise. Poco antes de la condena, Maurras y Massis visitan a Maritain para pedirle que interceda para evitarla. Despu�s de la condena, ante el conato de rebeli�n de miles de cat�licos franceses, es ahora el papa quien le solicita a Maritain que coordine libros para explicar las razones de la prohibici�n. En 1927, le escriben desde el Vaticano: �No tenemos esperanza sino en usted� (Pr�votat, 2001, p. 416). Ese a�o publica Primac�a de lo espiritual (1927b) y Por qu� Roma ha hablado (Maritain et al., 1927a). Desde entonces, Maritain se aleja del tradicionalismo, defiende la separaci�n entre Iglesia y Estado, promueve ‒junto a Mounier y su revista Esprit‒ el �personalismo comunitarista� (Maritain y Maritain, 1984, p. 914), la democracia cristiana y la conciencia social del cristiano y contribuye a articular la Declaraci�n Universal de los Derechos Humanos (1948).
Maritain (1930) escribe en El Doctor Ang�lico que, a diferencia de la cristiandad medieval, en el siglo XX la cultura cristiana ya no es homog�nea y limitada a una parte del globo, �sino una red viva de instituciones y de hogares cristianos de vida intelectual y espiritual diseminados entre las naciones dentro de la gran unidad supracultural de la Iglesia� (p. 84). Si la cristiandad medieval era un �castillo fortificado�, el nuevo cristianismo deb�a repensarse como una constelaci�n o �un ej�rcito de estrellas lanzadas al cielo. La unidad no es menos real, pero es difusa, no concentrada� (p. 84). Repite esa idea en Humanismo integral (Maritain, 1936), emplazando a los cat�licos a establecer �una red de obras culturales que sean como los inicios de un cristianismo potencial� (p. 320).
As� lo hab�a vivido en la Francia anticlerical de principios del siglo XX y en el hogar de Bloy, y as� lo replicar� �l, a mucha mayor escala, en Meudon. Green (1975) destaca �la paz maravillosa que reina en ese hogar� (p. 45) (Maritain encabeza incluso sus cartas con la palabra Pax). Cocteau celebra �el esp�ritu de esta familia que la Fe nos concede� (Cocteau y Maritain, 1964, p. 42) y le agradece a Maritain haberle dado algo mejor que p�blico: �compa�eros� (p. 47). Maritain, desde Meudon, no solo teje una red intelectual y cultural: tambi�n una red social y amical, casi una familia sustitutiva, particularmente valiosa en una Europa traumatizada tras las p�rdidas de la Gran Guerra.
Maritain, m�s que ning�n otro intelectual cat�lico del periodo de entreguerras, fue Homo dictyous: un hombre en red, y si toda red inicia en una d�ada, su relaci�n amorosa e intelectual con Ra�ssa actu� como catalizador de sus futuras redes: ella trat� a muchos de los amigos de Maritain, sobre los que escribi� en su libro Las grandes amistades (Maritain, 2000). La vida de Jacques Maritain muestra la fuerza de los v�nculos d�biles: recibi� una herencia de un soldado apenas conocido, que le permiti� fundar la Revue Universelle y comprar Meudon, y evidencia el poder creativo de la red frente a la torre vertical, la de un intelectual hiperconectado, m�s que la jerarqu�a pol�tica o eclesi�stica del momento. As� lo hemos visto con la condenaci�n de Action Fran�aise, cuando recurren a Maritain tanto Maurras y Massis como luego P�o XI. A�os despu�s, Charles de Gaulle le pide que sea embajador de Francia ante la Santa Sede (cargo que ocupa entre 1945 y 1948), y Pablo VI, en 1965, les entrega su mensaje a los intelectuales. En su faceta creativa, Maritain armoniza el tomismo con el arte vanguardista y reivindica la misi�n santificadora de los laicos en el mundo, junto a otros intelectuales cat�licos del periodo (como san Josemar�a Escriv�, Maragall, Maeztu, P�guy o Bernanos), anticipando as� el Concilio Vaticano II (S�nchez-Costa, 2018).
La red de Maritain creci� tanto, en parte, porque �l busc� crearla y ampliarla para promover el cristianismo en la sociedad y la cultura y tambi�n porque muchos lo buscaron a �l. Porque las personas se vinculan preferencialmente: con quienes se parecen a ellas (la homofilia, que Maritain incentiv�), con quienes tienen mayor grado de conexiones, con quienes poseen m�s aptitud, m�s prestigio, m�s popularidad y con quienes, por todo ello, pueden facilitar, a su vez, nuevas oportunidades de conexi�n (networking) y de capital social (trabajos, publicaciones en revistas y editoriales, etc.). Maritain atrae por su maestrazgo intelectual (es un ma�tre � penser), que le merecer� en Francia el Gran Premio de Literatura (1961) y el Gran Premio Nacional de las Letras (1963). Cautiva, tambi�n, por su extraordinaria calidad humana, su intensa espiritualidad y la amplitud de sus conexiones (en cantidad, calidad y diversidad geogr�fica, social e intelectual).
La red intelectual y social de Maritain fue, por todo ello, una red libre de escala que particip� de la din�mica de las ventajas acumulativas (ley de poder, distribuci�n de Pareto, efecto Mateo). As�, se convirti� Maritain en el superhub, en el superconector del catolicismo intelectual en la Europa de entreguerras, que fue una �red de mentes aviv�ndose entre s� (Pearce, 2006, p. 275), en la que Maritain asumi� una posici�n central (en t�rminos de grado, intermediaci�n y cercan�a). As� cre�, como expresa Heynickx, una �poderosa red trasnacional�, �densa y cohesionada, en la que las amistades constitu�an los nodos, unidos por un conjunto complejo de relaciones (in)directas� (Heynickx y Maeyer, 2010, p. 19). Una red viva y din�mica con incontables ramificaciones en la filosof�a, la teolog�a, la pol�tica, el arte o la literatura europea y, desde su traslado a Estados Unidos en 1940, tambi�n americana.
En Inglaterra, desde la Reforma de Enrique VIII, el catolicismo es una religi�n perseguida y luego discriminada. Apenas la practican inmigrantes fabriles irlandeses y algunas familias nobiliarias, como las que retrata Evelyn Waugh (1945) en Retorno a Brideshead. A mediados del siglo XIX, el Movimiento de Oxford de John Henry Newman reivindica las tradiciones m�s cercanas al catolicismo en la Iglesia de Inglaterra. En 1845, Newman se convierte al catolicismo y crea instituciones y redes educativas cat�licas: la Escuela Oratoniana y la Universidad Cat�lica de Irlanda. Escribe obras maestras del pensamiento teol�gico y un cl�sico de la literatura: Apologia pro vita sua (1864). Joyce (1957) afirma que �nadie ha escrito prosa en ingl�s que sea comparable� (p. 366) a la de Newman. Inglaterra, tras d�cadas de incomprensi�n, acaba reconociendo su talento, y cuando el papa Le�n XIII lo nombra cardenal, Newman elige el lema �el coraz�n habla al coraz�n�. Como Maritain, Newman a�na brillantez intelectual y sensibilidad humana. De ah� que se los admire y se los ame. Canonizado en 2019, Newman es el �nico hub intelectual cat�lico del siglo XIX en Inglaterra, y en el siglo XX sigue siendo referente intelectual y espiritual de la mayor�a de los conversos cat�licos ingleses, como Pascal lo es en Francia.
En las primeras d�cadas del siglo XX, G. K. Chesterton es el hub intelectual del catolicismo en Inglaterra y uno de los principales centros de conexiones del resurgimiento cat�lico europeo. Para Maeztu, Chesterton es �el mejor articulista de la prensa inglesa� (Santerv�s, 1987, p. 158). Borges lo considera �uno de los primeros escritores de nuestro tiempo� (Anderson, 1973-1974, p. 477). El novelista Graham Greene (1969) destaca su �optimismo c�smico�, que �devolvi� al pensamiento [religioso] original la frescura, la sencillez y la excitaci�n del descubrimiento� (p. 137). Chesterton debate p�blicamente con los intelectuales ingleses m�s prominentes, como George Bernard Shaw, H. G. Wells y Bertrand Russell y su obra irradia sobre intelectuales cat�licos ingleses como Hilaire Belloc, T. E. Hulme, Maurice Baring, Ronald Knox, Christopher Dawson, el Bar�n von H�gel, Alfred Noyes, Dorothy Sayers, Evelyn Waugh y J. R. R. Tolkien, as� como sobre los anglicanos T. S. Eliot y C. S. Lewis (pr�ximos al catolicismo). El canadiense Marshall McLuhan lee a Chesterton desde 1932 y, muy influido por �l (y, en menor grado, por el tomismo de Maritain), se convierte al catolicismo en 1937, un a�o despu�s de regresar a Am�rica tras su primera estancia en Cambridge.
Entre las redes intelectuales cat�licas inglesas de principios del siglo XX, cabe mencionar el cl�ster o comunidad de los Inklings, en Oxford, donde participan, entre otros, Tolkien, C. S. Lewis y el poeta Charles Williams. Sobresale, en t�rminos de difusi�n e intermediaci�n trasnacional, la editorial cat�lica londinense Sheed & Ward. Fundada por un matrimonio en 1926 (un a�o despu�s que Le Roseau d�Or), publica a los autores m�s destacados del resurgimiento cat�lico europeo. Si se considera su cat�logo hasta 1945, encontramos obras de autores ingleses como Chesterton, Belloc, Dawson, Knox, Waugh, Noyes, C. S. Lewis o Von H�gel; de franceses como Maritain (el m�s destacado, con diez obras traducidas), Bloy, Claudel, Gh�on, Du Bos o Henri Bremond; de alemanes como Guardini, Gertrud von le Fort o Dietrich von Hildebrand; de Sigrid Undset, Papini o Berdiaeff. En 1933, Sheed & Ward abre una sucursal en Nueva York y promueve ‒como Maritain en Meudon‒ un esp�ritu de comunidad familiar (se celebran los cumplea�os o las bodas).
A diferencia de Francia e Inglaterra, Espa�a sigue siendo, a principios del siglo XX, un pa�s mayoritariamente cat�lico, aunque no lo sean tanto sus �lites intelectuales. Joan Maragall (1981) promueve un catolicismo vitalista te�ido de modernismo: �Como siento la solidaridad de las almas y me parece ver muchas dormidas, quisiera despertar alguna� (p. 766). Su amigo Unamuno (2008), desde su cristianismo ag�nico y heterodoxo, busca tambi�n �inquietar a mis pr�jimos, removerles el poso del coraz�n, angustiarlos si puedo� (p. 54). Jos� Bergam�n (2000), disc�pulo de Unamuno, defiende un conocimiento atravesado de pasi�n y volcado al compromiso social: �Existir es pensar; y pensar es comprometerse� (p. 111). En 1933, Bergam�n funda la revista Cruz y Raya, inspirada en Esprit de Mounier (fundada un a�o antes). Entre los colaboradores encontramos a amigos de Maritain, como el jurista Alfredo Mendiz�bal, el compositor Manuel de Falla y el fil�sofo Xavier Zubiri, as� como el cr�tico Antonio Marichalar (quien, junto al franc�s Valery Larbaud, act�a de intermediario y conector entre las literaturas europeas). La revista �cat�lica, pero no confesional� publica hasta junio de 1936 cl�sicos de la cultura espa�ola, de la cristiandad (Pascal, Newman, Hopkins o Patmore) y del resurgimiento cat�lico del siglo XX (T. S. Eliot, Maritain, Mounier, Bloy, P�guy o Max Jacob), as� como contribuciones de autores no cat�licos como Ortega, Rafael Alberti o Mar�a Zambrano.
Aunque Cruz y Raya nace sin filiaci�n pol�tica, se escora hacia posiciones socialistas a medida que se aproxima la guerra civil espa�ola, a la par que su director Bergam�n. Otros, en cambio, asumen el camino inverso. Ramiro de Maeztu, anarquista en su juventud y luego socialista, se convierte al catolicismo en 1916, durante su estancia en Inglaterra como corresponsal de prensa, influido por el humanismo cristiano de Thomas Ernest Hulme y el catolicismo social de Chesterton y Belloc. Desde su regreso a Espa�a en 1919, deriva hacia posiciones cada vez m�s conservadoras y tradicionalistas, que cristaliza en Defensa de la Hispanidad (1934). Hay, adem�s, escritores cat�licos seducidos por el fascismo de Mussolini, como Gim�nez Caballero, Rafael S�nchez Mazas y Dionisio Ridruejo, que participan en la fundaci�n de Falange Espa�ola.
La creciente polarizaci�n pol�tica y el estallido de la guerra civil espa�ola quiebra muchos v�nculos de amistad y, al mismo tiempo, genera acercamientos inesperados. En Francia, por ejemplo, la oposici�n p�blica de Maritain a la utilizaci�n franquista del t�rmino �santa cruzada� lo enemista unos a�os con Claudel, pero lo aproxima al novelista Bernanos, quien, al presenciar en Mallorca la represi�n franquista, denuncia el fascismo en un ensayo c�lebre: �Los grandes cementerios bajo la luna� (1938). Maritain, por sus posicionamientos sobre la guerra civil espa�ola o sobre la articulaci�n entre lo espiritual y lo temporal, generar� controversia no solo en Europa. En Am�rica del Sur, especialmente tras el viaje que realiza a Buenos Aires en 1936, se publican miles de p�ginas laudatorias y condenatorias sobre el fil�sofo, hasta el punto de articularse una suerte de contrared o de �internacional antimaritainiana� (Compagnon, 2003, p. 180).
En Alemania hay un resurgimiento cat�lico en la liturgia, espoleado por Romano Guardini, pero no tanto en la cultura general. En el �mbito filos�fico, se convierten al catolicismo dos disc�pulos de Husserl: Edith Stein y Dietrich von Hildebrand (quienes sufren luego la persecuci�n nazi), as� como el fenomen�logo Max Scheler. Todos ellos, como Guardini y la escritora Gertrud von le Fort, tienen conexiones con Maritain. Por otra parte, los escritores conversos Hugo Ball, Joseph Roth y Alfred D�blin aparecen como nodos aislados de la red intelectual cat�lica. Roth sufre el exilio por ser jud�o y, por su horror ante el auge nazi y su aislamiento, muere en Par�s en 1939, consumido por la bebida. Alfred D�blin, autor de la obra maestra vanguardista Berlin Alexanderplatz (1929), se convierte al catolicismo en 1941, mientras est� exiliado en Estados Unidos. Pero, en ese caso, su conversi�n lo aparta de sus antiguas amistades marxistas y sionistas y, al regresar a Alemania, no encuentra una comunidad intelectual cat�lica de acogida.
Finalmente, en el �mbito europeo, cabe mencionar las conversiones del escritor italiano Giovanni Papini (1921) y de la novelista noruega Sigrid Undset (1924), que obtiene el Premio Nobel de Literatura en 1928.
Desde Arist�teles sabemos que el ser humano no es solo un animal racional, pol�tico y social: tambi�n es un animal mim�tico. David Hume (y su amigo Adam Smith, tras �l) denominan el contagio emocional y valorativo del ser humano con el t�rmino �simpat�a� (la �empat�a� actual), comparando a las personas con instrumentos musicales, cuyas cuerdas emocionales e intelectuales vibran al un�sono. Ren� Girard, con su teor�a mim�tica, a�ade que la m�mesis se aplica igualmente a los deseos humanos. Deseamos no tanto las realidades en s� mismas, sino porque las desean otros. Para Girard, hay siempre �entre el sujeto deseante y el objeto deseado� otro sujeto mediador, que comunica su prestigio a lo deseado. Al copiar los deseos del modelo o mediador, el sujeto quiere parecerse o incluso ser como �l o ella. As� ocurre tambi�n en el cristiano, que aspira a desear lo que desea Jes�s (la imitatio Christi) y los santos (imitatio sanctorum) para parecerse m�s a ellos (para ser alter Christus, ser santo).
Y as� sucedi�, tal como hemos visto, en muchas conversiones al catolicismo en la Europa de entreguerras, que fueron propiciadas por los textos y el ejemplo vital de modelos o mediadores prestigiosos como Claudel, Maritain y Chesterton. Ellos crearon esa red intelectual y personal cat�lica desde sus residencias (el hogar de Bloy, el Meudon de Maritain) y, especialmente, desde sus escritos, su correspondencia y los proyectos editoriales que impulsaron: Le Roseau d�Or (1925), Sheed & Ward (1926), Esprit (1932) y Cruz y Raya (1933-36). Maritain fue el superhub del catolicismo intelectual en la Europa de entreguerras: el principal centro de conexiones del gran componente principal de esa red con decenas de nodos principales y centenares de nodos secundarios. Otros, como Bloy, Claudel, Chesterton, Guardini o Bergam�n, fueron hubs destacados. Otros, como Marichalar y Larbaud, fueron intermediarios o embajadores entre los diferentes componentes nacionales de esa red europea.
Ante la crisis de la modernidad, agudizada por el caos y la devastaci�n de la Gran Guerra, las redes intelectuales cat�licas emergieron como ciudadelas de refugio y esperanza. Estas redes, articuladas por figuras como Jacques Maritain, ofrecieron hogares espirituales y modelos intelectuales y vitales de gran prestigio, dignos de emulaci�n. Facilitaron la pertenencia a una comunidad cat�lica enriquecida con un vasto capital social, que inclu�a mapas de sentido, referentes comunes, publicaciones, correspondencias y redes de ayuda mutua. As�, estos intelectuales, al interconectarse y retroalimentarse a trav�s de las redes y comunidades creativas que tejieron, posicionaron al catolicismo como una respuesta renovadora a los desaf�os de la modernidad, como una fuerza de regeneraci�n moral e intelectual en la sociedad, las ciencias humanas y la cultura.
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El autor tuvo a su cargo todos los roles de autor�a del trabajo. Manifiesta no tener conflicto de inter�s alguno.
[1] La traducci�n al espa�ol de todas las citas originales en franc�s y en ingl�s de este trabajo es propia.