Austral Comunicación

ISSN-L 2313-9129

ISSN-E 2313-9137

Volumen 13, número 1, 2024

e01301

Hacia las urnas. Las revistas políticas argentinas en la transición a la democracia (1982-1983)[1]

Marcelo Borrelli*

https://orcid.org/0000-0001-7091-4885

Consejo Nacional Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas. Universidad de Buenos Aires. Buenos Aires, Argentina.

marcebor@gmail.com

Fecha de finalización del trabajo: 28 de diciembre de 2023.

Recibido: 28 de diciembre de 2023.

Aceptado: 3 de mayo de 2024.

Publicado: 31 de mayo de 2024.

DOI: https://doi.org/10.26422/aucom.2024.1301.bor

Un dibujo de una cara feliz

Descripción generada automáticamente con confianza baja

Resumen

En este artículo se analiza el desempeño editorial de tres revistas de orientación política -Primera Plana, Redacción y Somos- entre el final de la guerra de Malvinas en junio de 1982 y la elección del nuevo gobierno democrático de Raúl Alfonsín en diciembre de 1983. Se trata de publicaciones que mostraron un perfil editorial diferenciado entre sí en relación a sus posicionamientos políticos: Somos había sido una voz de fuerte apoyo militante a la dictadura militar (1976-1983), particularmente en su defensa de la “lucha antisubversiva”, el intento de refundación económica liberal y la impronta conservadora en cultura y educación; Redacción había apoyado la intervención militar de 1976 y aprobado la legitimidad de las Fuerzas Armadas para ordenar la sociedad, pero entendía que esa intervención debía ser acotada y que a corto plazo debía reestablecerse la vida política con una dirigencia política renovada. Ambas revistas tenían un perfil altamente crítico del peronismo, en particular de las gestiones de los últimos gobiernos peronistas entre 1973-1976. A diferencia de ambas, Primera Plana, surgida en su segunda época en marzo de 1983, mostró una posición de abierta reivindicación del peronismo, defendiendo valores “nacional-populares”, y también de abierta crítica a la dictadura por su impronta represiva, “imperialista” y afín a los intereses financieros internacionales.

Con diferentes tonos y énfasis, las tres publicaciones mostraron un semblante crítico sobre el gobierno militar en el periodo bajo estudio, envuelto en una gravosa crisis política y económica. En relación al horizonte democrático, Somos ostentará una posición extremadamente pesimista sobre el futuro del país, Redacción posará sus esperanzas en la promesa renovadora del “fenómeno político” Alfonsín, el candidato de la Unión Cívica Radical que parecía estar transformando el escenario político argentino y Primera Plana realizará una abierta defensa del peronismo junto a una posición fuertemente crítica sobre la figura de Alfonsín, a quien endilgará ser una “continuidad” del proyecto político-económico dictatorial, aunque por medios formalmente democráticos.

Palabras clave: transición, democracia, Alfonsín, revistas, prensa argentina.

Towards the polls. Argentine political magazines in the transition to democracy (1982-1983)

Summary

This article analyzes the editorial performance of three politically oriented magazines -Primera Plana, Redacción and Somos- between the end of the Malvinas War in June 1982 and the election of the new democratic government of Raúl Alfonsín in December 1983. These are publications that showed a differentiated editorial profile from each other in relation to their political positions: Somos had been a voice of strong militant support for the military dictatorship (1976-1983), particularly in its defense of the “anti-subversive struggle”, the attempt of liberal economic refoundation and the conservative imprint in culture and education; Redacción had supported the military intervention of 1976 and approved the legitimacy of the Armed Forces to order society, but understood that this intervention had to be limited and that in the short term political life had to be reestablished with a renewed political leadership. Both magazines had a highly critical profile of Peronism, particularly of the efforts of the last Peronist governments between 1973-1976. Unlike both, Primera Plana, which emerged in its second period in March 1983, showed a position of open vindication of Peronism, defending “national-popular” values, and also of open criticism of the dictatorship for its repressive, “imperialist” imprint” and related to international financial interests.

With different tones and emphases, the three publications showed a critical outlook on the military government in the period under study, involved in a serious political and economic crisis. In relation to the democratic horizon, Somos will hold an extremely pessimistic position about the future of the country, Redacción will place its hopes in the renewing promise of the “political phenomenon” Alfonsín, the candidate of the Radical Civic Union who seemed to be transforming the Argentine political scene and Primera Plana will carry out an open defense of Peronism along with a strongly critical position on the figure of Alfonsín, whom it will accuse of being a “continuity” of the dictatorial political-economic project, although through formally democratic means.

Keywords: transition, democracy, Alfonsin, journals, Argentine press.

Rumo às urnas. As revistas políticas argentinas na transição para a democracia (1982-1983)

Resumo

Este artigo analisa o desempenho editorial de três revistas de orientação política -Primera Plana, Redacción e Somos- entre o fim da Guerra das Malvinas em junho de 1982 e a eleição do novo governo democrático de Raúl Alfonsín em dezembro de 1983. São publicações que mostraram uma perfil editorial diferenciado entre si em relação às suas posições políticas: Somos foi uma voz de forte apoio militante à ditadura militar (1976-1983), particularmente na defesa da “luta anti-subversiva”, a tentativa de revolução econômica liberal a refundação e a marca conservadora na cultura e na educação; A Editorial apoiou a intervenção militar de 1976 e aprovou a legitimidade das Forças Armadas para ordenar a sociedade, mas entendeu que esta intervenção devia ser limitada e que a curto prazo a vida política devia ser restabelecida com uma liderança política renovada. Ambas as revistas tinham um perfil altamente crítico do peronismo, particularmente dos esforços dos últimos governos peronistas entre 1973-1976. Ao contrário de ambos, a Primera Plana, que surgiu no seu segundo período em Março de 1983, mostrou uma posição de reivindicação aberta do peronismo, defendendo valores “nacional-populares”, e também de crítica aberta à ditadura pelo seu cunho repressivo e “imperialista” e relacionados a interesses financeiros internacionais.

Com tons e ênfases diferentes, as três publicações mostraram um olhar crítico sobre o governo militar no período em estudo, envolvido numa grave crise política e económica. Em relação ao horizonte democrático, Somos manterá uma posição extremamente pessimista sobre o futuro do país, Redacción depositará as suas esperanças na promessa renovadora do “fenómeno político” Alfonsín, o candidato da União Cívica Radical que parecia estará transformando o cenário político argentino e a Primera Plana realizará uma defesa aberta do peronismo junto com uma posição fortemente crítica à figura de Alfonsín, a quem acusará de ser uma “continuidade” do projeto político-econômico ditatorial, embora através formalmente meios democráticos.

Palavras-chave: transição, democracia, Afonsín, periódicos, Imprensa argentina.

Introducción

La derrota en Malvinas en junio de 1982 dejó a la dictadura militar definitivamente en retirada, tanto por su fracaso bélico como por la crisis económica, institucional y el hastío de la ciudadanía con su impronta autoritaria y represiva que ya estaban instalados antes de la guerra con el Reino Unido. Este contexto de derrumbe y descomposición (Quiroga, 2004) fue propicio para la vigorización de la opinión pública que dio lugar a voces y opiniones otrora invisibilizadas, y que tuvo en la prensa un activo ejercicio crítico frente a la realidad que se presentaba. El derrumbe de la dictadura hizo que estos medios se adaptaran rápidamente a las nuevas coordenadas que imponía el momento histórico y cumplieran con la importante función de reinformación de una sociedad que se iba preparando, no sin una gran incertidumbre, para el inicio de un nuevo ciclo democrático.

En este artículo en particular nos proponemos analizar una serie de revistas que formaban parte del abanico de medios que tenían una orientación política en sus agendas temáticas, aunque también cubrían otros temas de interés general. Concretamente, analizaremos críticamente las principales posiciones editoriales de las revistas Primera Plana, Redacción y Somos en el escenario político posterior a la derrota militar en Malvinas a mediados de 1982 hasta las elecciones de diciembre de 1983, que dieron por triunfador al candidato de la Unión Cívica Radical, Raúl Alfonsín. La comparación entre estas revistas supone un elemento de interés particular en tanto representaron tres miradas diferenciadas sobre el proceso político argentino reciente y porque mostraron posiciones disímiles en relación a la disputa partidaria que se abrió en 1983 con la campaña proselitista, así como apoyos y críticas con diversos matices en relación a las dos opciones electorales mayoritarias: el radicalismo y el justicialismo. Adicionalmente, se trata de revistas que no han sido estudiadas durante el periodo propuesto en este trabajo (para el estudio de Somos y Redacción durante el periodo 1976-1981, puede consultarse Borrelli -2021-; y para Somos Urtasun -2008-).

El eje del análisis estará puesto en cómo estos medios de prensa evaluaron desde su sección editorial -aquella que expresa su posición institucional (Borrat, 1989)-, la situación política ante el horizonte de finalización del gobierno militar y el de un retorno democrático. Este periodo de “transición” posterior a la derrota en Malvinas estuvo caracterizado por el fuerte desprestigio de las Fuerzas Armadas -abocadas a ofrecer algún tipo de “cierre” a la cuestión de los desaparecidos y al de las secuelas represivas-, las movilizaciones de sectores afectados por sus políticas -como los organismos de derechos humanos o los sindicatos-, el empoderamiento de los partidos políticos y la movilización de una ciudadanía ya hastiada del autoritarismo militar (Ferrari, 2013; Franco, 2018; 2023; Melo, 1989; Novaro y Palermo, 2003; Quiroga, 2004; Suriano y Alvarez, 2013).

Metodología y enfoque teórico

El trabajo se inscribe dentro del campo de estudios sobre las líneas editoriales de la prensa argentina y entiende al editorial como el espacio institucional en el que se resume el posicionamiento del medio y se sistematiza su orientación política e ideológica (Borrat, 1989). En relación a las revistas como objeto de estudio, las definimos como impresos de publicación periódica por entregas generalmente seriadas, de tamaño más reducido que el de los diarios y con un número acotado de páginas (Auza, 1998, p. 203), que suelen situarse en un punto medio entre la actualidad del diarismo y la discusión profunda del libro y que son consideradas como una fuente legítima de análisis histórico en tanto pueden ser “generadoras o transmisoras de cambios significativos en la esfera pública” (Girbal-Blacha, 1999, p. 23). Las caracterizamos, a las aquí estudiadas, como de “orientación política” ya que “la política” en términos generales -y en particular los acontecimientos de la vida política nacional vinculados a las ideas políticas, las formas de gobierno, las luchas partidarias, la gestión estatal y gubernativa, los procesos electorales, etc. (Auza, 1998, p. 204)- fueron el objeto privilegiado de sus agendas temáticas y lo que solía definir las tapas y las notas principales de cada edición.

La metodología de estudio apela a una perspectiva de análisis cualitativo de fuentes y apuntó a exponer y comprender críticamente las posiciones editoriales de las revistas, atendiendo a las valoraciones, las representaciones y los significados otorgados a la situación política post Malvinas y hasta el triunfo de Alfonsín. Se han utilizado dos formas básicas de uso de los datos: el modo ilustrativo, que utiliza las citas como ejemplos de una descripción o conclusión del investigador, y el modo analítico, que se propone analizar las construcciones que los sujetos o actores realizan a partir de la identificación de las categorías que organizan su relato (Kornblit 2004, p. 11). El corpus principal se compuso de las tapas, las notas editoriales, las notas de opinión y las crónicas de actualidad publicadas entre julio de 1982 y diciembre de 1983.

Las revistas

Primera Plana fue fundada en noviembre de 1962 por el periodista Jacobo Timerman -quien renunció a su dirección en 1964- y prontamente se transformó en una revista insignia de su tiempo (Mazzei, 1997; Taroncher, 2012). Primera Plana fue el emblema de un nuevo tipo de periodismo de interpretación, que representó el anhelo de las clases medias urbanas por una mayor “modernización” y el acceso a los nuevos y sofisticados consumos culturales, las novedades internacionales, la información y el análisis político de calidad. Su periodo de esplendor se extendió hasta el año 1970, cuando fue temporalmente clausurada por cuestiones políticas por el gobierno militar de la “Revolución Argentina” (1966-1973). En agosto de 1971 fue comprada por Jorge Antonio, un empresario muy cercano al entonces expresidente Juan Perón, y dejaría de publicarse por motivos económicos en octubre de 1973 (Carman, 2015, p. 544). En marzo de 1983 se reanudó su publicación, en lo que fue presentado por la revista como una “segunda época”, bajo la dirección del periodista Alejandro Sáez-Germain y la participación de Antonio en su Consejo Asesor. Inicialmente apareció en formato quincenal y en junio de ese año paso a ser semanal, rondando las 60 páginas de extensión. En su nueva versión recuperó algunas secciones de su primera etapa, pero en general presentó una organización flexible por temas que variaban de edición a edición. Sus posiciones editoriales en este periodo fueron abiertamente favorables al peronismo histórico, que se observa tanto en sus notas de actualidad y editoriales, como en la visibilidad que les otorgó a las figuras centrales del peronismo en sus tapas y notas. Si bien no contamos con datos fehacientes sobre su circulación neta pagada, Carlos Eichelbaum, periodista que participó inicialmente de su redacción, sugiere que tiraba cerca de 30 mil ejemplares.[2]

La revista Redacción nació en marzo de 1973 bajo la dirección editorial del periodista Hugo Gambini, quien ya tenía una importante trayectoria en medios escritos,[3] y en el periodo de estudio su esposa, Emiliana Lopez Saavedra, figuró también como directora ejecutiva. Su publicación fue mensual, su extensión promediaba entre las 80 y las 130 páginas y su tirada oscilaba entre los quince y los treinta mil ejemplares.[4] La revista abarcaba diversos temas, con eje principal en la actualidad política nacional e internacional, pasando por la economía, la cultura y la historia, entre otros. Se presentaba como “La revista líder de opinión” y estaba destinada a un lector de clase media informado, empresarios y sectores dirigentes en general. A fines de la década de 1990 pasó a llamarse Redacción Económica y fue publicada hasta 2003. Desde sus orígenes, Redacción se destacó por su perfil marcadamente opositor al peronismo. Con un discurso muy crítico hacia el gobierno de Isabel Perón (1974-1976), aprobó el golpe de 1976 y reconoció la legitimidad de los militares para modelar el nuevo sistema político, pero no se ubicó en una visión “procesista”, de defensa cerrada de las Fuerzas Armadas y sus valores, sino que con cierta premura les reclamó que concretaran algún tipo de “propuesta política” y abrieran el juego a los dirigentes políticos, cuya actividad estaba suspendida (Borrelli, 2021).

Somos fue un semanario de actualidad perteneciente a la editorial Atlántida que salió a la venta el 24 de septiembre de 1976 y se publicó hasta diciembre de 1993. Su director fue Aníbal C. Vigil, quien también se desempeñaba como presidente de la Editorial Atlántida, empresa de medios de la cual formaba parte la revista. Se trataba de una publicación orientada a fracciones de la clase media y media/alta, con particular énfasis en sectores empresariales de tendencia liberal, interesados en la coyuntura política y económica nacional, así como en la vida cultural (Somos también se caracterizó por publicar notas de interés general o de “color”). Su política editorial se destacó por un ferviente antiperonismo y un apoyo militante a la dictadura, en particular en todo lo vinculado a la “lucha antisubversiva” y a la política económica de José Martínez de Hoz, ministro de Economía en el periodo 1976-1981. De todas maneras, en la etapa posterior a la derrota en Malvinas exhibió un discurso crítico hacia las Fuerzas Armadas en el poder, a tono con el viraje de la opinión pública, dando cuenta de la frustración con la experiencia dictatorial de los sectores civiles liberales a los que representaba la revista. Para el periodo de estudio entre julio de 1982 y diciembre de 1983 tuvo, en promedio, una tirada neta pagada mensual de 24 mil ejemplares.[5]

Redacción: del fervor malvinense a la apuesta alfonsinista

Una vez iniciada la posguerra, los análisis en clave bélica de la revista, que había apoyado efusivamente la “gesta” malvinense con un discurso nacional-territorialista (Borrelli y Gago, 2021; Borrelli e Iturralde, 2023),[6] mutaron rápidamente hacia la evaluación de la crisis del elenco gobernante y su salida del poder más o menos inmediata. La “transición a la democracia”, encarnada en temas tales como la crisis institucional de la dictadura, la reorganización del sistema de partidos y la definición del cronograma electoral, consagraron de modo privilegiado la atención de Redacción que, en la coyuntura, expuso un discurso favorable a los actores civiles frente al actor militar, posición expresada con claridad en el editorial que analizó la situación nacional ante la disolución transitoria de la Junta de Comandantes en julio de 1982:

Ahora que la fantasía se evaporó, no parece quedar demasiado tiempo ni espacio político para negociar nada. Hay que hacer las valijas e irse. La única concertación viable es firmar un acta de compromiso en defensa de la Constitución Nacional. Si luego la respetan, los militares podrán recuperar el prestigio que tenían antes de meterse en política (Gambini, julio de 1982, p. 9).

En el contexto de un activo “clima antidictatorial” (Velázquez Ramírez, 2019, p. 60) los militares aparecían representados ahora como un actor político cargado de significaciones negativas y que debía lidiar con las consecuencias de haberse “metido” en un ámbito que no les era propio -como el de la política-, aunque en los hechos eran actores claves de la política argentina desde hacía décadas. Por otra parte, observamos, aplicando el modo ilustrativo, que el tópico discursivo del “respeto a la Constitución” se volvió una constante del período para Redacción, a tono con la demanda general de reinicio de la vida republicana.[7]

Redacción dio lugar también a las expresiones de asfixia ciudadana contra el autoritarismo militar, denunciando la censura en la prensa y visibilizando la protesta civil antidictatorial que daba cuenta del fracaso del régimen. A este respecto, su explicación del derrumbe militar se debía a tres razones fundamentales “el desastre económico, la inoperancia política y la derrota militar” (Gambini, diciembre de 1982, p. 11). Cabe destacar que otro de los tópicos de la transición, como la cuestión represiva y de los derechos humanos, no tuvo centralidad en la editorialización de la revista.

Ante el claro horizonte de retorno democrático, la cuestión partidaria concentró toda la atención de Redacción, que consagró sus diferentes secciones a tratar la reorganización de los partidos, los candidatos y sus perfiles, los apoyos intra e inter partidarios, los actos proselitistas, los discursos de campaña y las plataformas políticas, entre otras cuestiones. Pero cabe decir que esta fue una característica más bien genérica de la prensa argentina en esta etapa, por eso la nota distintiva que diferenció a la revista de Gambini de sus colegas radicó en su temprana, decidida y certera apuesta por la candidatura presidencial de Raúl Alfonsín y el papel destacado que asumió la publicación en la construcción de una legitimidad pública en torno de la figura del dirigente radical. Tempranamente, en septiembre de 1982, cuando los partidos recién estaban iniciando su reorganización interna, y Alfonsín mostraba su voluntad política de competir en la interna radical, Redacción lo ubicaba en tapa bajo el titular “El fenómeno de Alfonsín” (Figura 1). Y durante 1983 la revista de Gambini intervino reproduciendo ampliamente el discurso alfonsinista -con eje en la ruptura con el pasado y su cuestionamiento a las corporaciones, como los sindicatos y las Fuerzas Armadas (Aboy Carlés, 2001)- y tomó parte en los debates y acusaciones que atravesaron esta etapa de la reorganización partidaria.

Figura 1. Redacción advierte tempranamente sobre el “fenómeno de Alfonsín” (septiembre de 1982).

En agosto de 1983, cuando Alfonsín ya era el candidato presidencial del radicalismo, la revista de Gambini revalidó su pronóstico respecto del dirigente señalando que “Han pasado doce meses y hoy el ‘fenómeno de Alfonsín’ es un hecho irreversible. Gane o no las próximas elecciones nacionales, es imposible ignorar la fuerza arrolladora de su ascenso político” (Redacción, agosto de 1983, p. 15). Para ese momento el candidato radical había logrado prevalecer en la interna de su partido ante el otrora poderoso balbinismo -la fórmula Alfonsín-Víctor Martínez fue consagrada en una convención radical entre el 28 y el 30 de julio de 1983-, había ganado relevancia pública con su denuncia del “pacto militar-sindical”[8] y lograba seducir a las clases medias, los sectores independientes y populares con su discurso democrático con tintes socialdemócratas y de fuerte crítica a la herencia dictatorial. Con su evaluación, entonces, Redacción se autoasignaba una posición destacada al haber anticipado el ascenso del dirigente radical, de allí que señalara con cierta jactancia: “Muchos de los que sonreían con suspicacia ahora se han convertido en acérrimos partidarios de su candidatura” (Redacción, agosto de 1983, p. 15).

A partir de septiembre de 1983, con la definición de la fórmula del Partido Justicialista conformada por Italo Luder y Deolindo Bittel, y el inicio formal de la campaña electoral, hubo un cambio notorio en el tono de la revista, que conforme se acercaban las elecciones del 30 de octubre, asumió una posición marcadamente opositora y de denuncia de la alternativa peronista. La consagración del dirigente peronista Herminio Iglesias[9] (Figura 2) como candidato a gobernador de la provincia de Buenos Aires, y la centralidad que había tenido la rama sindical en la definición de las candidaturas justicialistas -personificada en la figura del jefe de la Unión Obrera Metalúrgica y de las 62 Organizaciones, Lorenzo Miguel-, fue leída, además de como la principal constatación de la veracidad del denunciado “pacto militar-sindical”, como un factor desestabilizador para la anhelada democratización (Redacción, septiembre de 1983, p. 12). En ese sentido, el editorial de Gambini no dejaba dudas sobre su posición ante un eventual triunfo peronista en las elecciones de octubre y, en un directo mensaje al electorado, señalaba:

Hasta no hace mucho se pensaba que un gobierno radical correría el grave riesgo de que los sindicatos lo desestabilizaran desde la oposición. Ahora se teme -con razón- que un gobierno peronista asuma con el virus de la desestabilización en su propio seno. (...) No hay duda de que los sindicalistas se preparan para “gobernar”. Y los militares para volver. Felizmente, alguien puede impedir todavía que esto ocurra: la ciudadanía (Gambini, septiembre de 1983, p. 11).

Figura 2. Redacción advierte sobre la influencia sindical y de ciertos dirigentes en el peronismo (septiembre de 1983).

Aplicando el modo analítico, destáquese dos elementos en esta interpretación de Redacción. Uno, más sutil, en la alusión a la desestabilización en el propio seno de un eventual gobierno peronista, que remitía implícitamente a las situaciones extremadamente conflictivas del periodo 1973-1976. Y, el otro, la asociación negativa entre el actor sindical y el militar, a tono con la denuncia del “pacto” realizada por Alfonsín, que a su vez eran opuestos a la “ciudadanía”, palabra que en el contexto de movilización civil de 1983 estaba cargada de positividad. En esa confrontación la revista hacía un solapamiento implícito entre la ciudadanía y el radicalismo alfonsinista, ya que en definitiva en la coyuntura electoral de 1983 lo único que realmente podía impedir la realización del “pacto” antidemocrático era la llegada de Alfonsín al poder a través, sí, del voto ciudadano.

La edición de octubre, última antes de los comicios que se realizaron el 30 de ese mes, expresó de manera cabal la posición de la revista al consagrar su tapa a la imagen de Alfonsín en plena toma de la palabra, con un gesto enfático con su puño cerrado, junto con un titular que lo presentaba como “El favorito” (Figura 3). La publicación incluía una entrevista realizada por los directores al candidato radical, a quién los sondeos de opinión señalaban, según la publicación, como el “candidato notoriamente favorito”. El editorial de Gambini realizaba una minuciosa comparación entre los dos principales candidatos demostrando la gran ventaja del radical sobre el peronista, que resumía en la frase coloquial y contundente: “donde Luder va, Alfonsín ya está de vuelta” (Gambini, Redacción, octubre de 1983, p. 11). Sin dudas este número, especialmente consagrado a analizar los futuros comicios, puede ser caracterizado como el punto más alto en la estrategia editorial de Redacción para orientar el voto ciudadano en favor del candidato radical.

El tan inesperado como contundente triunfo electoral radical por el 52% de los votos en las elecciones del 30 de octubre de 1983 (Persello, 2015) pareció otorgar validez a los diagnósticos e interpretaciones construidas por Redacción en la coyuntura de la transición, confirmación que fue profusamente citada en tono autocelebratorio en las ediciones de noviembre y diciembre, como prueba de la capacidad de anticipación de la revista (Redacción, noviembre de 1983a, p. 5) (Figura 4). Esto contrastaba, además, con la posición de otras publicaciones que, enfatizaba, “bailotearon -como siempre- al compás del exitismo, anunciando un día que ganaba Alfonsín y al otro que triunfaba Luder” (Redacción, noviembre 1983a, p. 7).[10]

Figura 3. Alfonsín: el favorito de Redacción (octubre de 1983).

Figura 4. El triunfo de Alfonsín: “Redacción no se equivocó” (noviembre de 1983)

El editorial de Gambini consagrado al análisis de la elección de Alfonsín no escatimó en alabanzas y elogios para con el recientemente electo presidente de la nación. En un relato apologético de la figura de Alfonsín, escrito en clave personal, el director de Redacción expresó que lo conocía hacía tiempo, que podía dar cuenta de su “trato afable” y que no había “ninguna ficción en su personalidad pública que esconda una cara diferente”. Concluía la narración del ascenso y la victoria alfonsinista con una arenga que rezaba: “Señor Presidente: ¡adelante y buena suerte!” (Gambini, noviembre de 1983, pp. 10 y 11).[11]

Primera Plana: la denuncia del “continuismo” y la apuesta peronista

La mirada de Primera Plana sobre la dictadura que finalizaba fue de una crítica lapidaria y de una abierta oposición: el gobierno militar había puesto en crisis la propia “existencia” de la nación y sus resultados estaban a la vista con “desocupados, desaparecidos, deuda externa, depreciación de los salarios, derrota en Malvinas, quiebra del aparato productivo” (Primera Plana, 25 de marzo de 1983, p. 12). El presente era observado con profunda desazón por la “charca moral” (sic) y la “colonia financiera internacional” en la que los militares, y algunos civiles, habían transformado al país; pero, a diferencia de la mirada decadente de Somos que analizaremos posteriormente, entendía que luego del 30 de octubre se podría empezar a “soñar” e “imaginar” un nuevo país (Primera Plana, 30 de septiembre de 1983b, p. 4).

Esta consideración crítica sobre las Fuerzas Armadas no recaía sobre toda la institución, sino que estaba dirigida en particular al sector que designaba como “liberal” (a diferencia de otro sector “nacionalista”); este era el que había comandado la dictadura y apoyado a su principal proyecto económico, el de Martínez de Hoz, y que en 1983 tenía una revalidación en la presidencia de Reynaldo Bignone y su ministro de Economía, Jorge Whebe. Para Primera Plana este proyecto liberal había ubicado al país en un lugar dependiente de Estados Unidos y de las “multinacionales”, centro de poder real que ya no apoyaba las opciones manu militari sino la “formalidad democrática”. En el nuevo escenario argentino de transición este poder internacional había elegido su candidato: Alfonsín era la opción que impediría la llegada del peronismo al poder, la fuerza “tradicionalmente popular” y “antiimperialista” que defendía la “justicia social” y la “independencia nacional” (Primera Plana, 22 de julio de 1983, p. 21). Esta construcción enunciativa sería el eje discursivo que Primera Plana utilizaría para interpretar la realidad política desde su resurgimiento en marzo de 1983 y ante la campaña electoral y las elecciones de 1983.

La consagración de la candidatura de Alfonsín en la interna radical fue recibida con dureza por Primera Plana: venía a consagrar la “antigua ilusión” de las minorías argentinas, que desde 1946 consistía en derrotar al peronismo. Pero la aventura política de Alfonsín no era una más, ya que se mostraba como la más “pretenciosa” que hubiera intentado antiperonista alguno: la “mejor planeada”, la “más apoyada” y la de “mejores modales”. Si bien el candidato radical era construido como una figura totalmente negativa -era el “continuismo” con el gobierno militar y una “democracia social sin pueblo” (Primera Plana, 9 de septiembre de 1983b, pp. 21-22)-, también parecía reconocer implícitamente que era un adversario desafiante por la novedosa construcción política que convocaba.

Esta opinión peyorativa sobre la figura de Alfonsín se estructuró tanto en el “develamiento” de los “puntos oscuros” del candidato -aquello que era “escondido” de la opinión pública al ser el preferido de los grandes medios de comunicación y por los recursos publicitarios y de marketing político novedosos que tenía a su favor-, como en la crítica a ciertos efectos que provocaba su discurso de campaña. En el primer ámbito, como se ha mencionado, hubo un fuerte hincapié en revelar los supuestos lazos ocultos entre el alfonsinismo y el gobierno militar (Primera Plana, 30 de septiembre de 1983a, pp. 28-29), algo que contradecía abiertamente el discurso público del candidato que denunciaba el corporativismo militar, su herencia económica y que planteaba una “solución” al tema derechos humanos que en principio parecía contradecir los intereses militares.[12] En relación a sus propuestas discursivas, denunciaba que Alfonsín había despertado un “adormecido gorilismo en algunos sectores intelectuales” y que buscaba “enfrentarlos activamente con el pueblo”. Por ese motivo, su discurso venía a destruir la idea de la “unidad nacional” que habían consagrado Perón y el radical Ricardo Balbín, luego del retorno del peronismo al poder en 1973.[13] Alfonsín, en su afán puramente electoral, quería enfrentar a las clases medias con los sectores populares (Primera Plana, 23 de septiembre de 1983, p. 4), por eso la revista denunciaba con cierto alarmismo, luego del masivo acto alfonsinista en la cancha de Ferro en septiembre de 1983, que los cánticos de los concurrentes sobre “acabar con la burocracia sindical” suponían un llamamiento inquietante a la “eliminación personal” de los dirigentes sindicales, teniendo en cuenta que en el pasado figuras como Augusto Vandor o José Rucci habían sido anatematizadas con ese slogan antes de ser asesinadas. Es posible observar aquí que Primera Plana buscó forzar una interpretación extrema en el marco de la competencia electoral, ya que Alfonsín fue particularmente cuidadoso en campaña de no enarbolar un discurso abiertamente “antiperonista” con el objetivo estratégico de atraer votantes tradicionales del peronismo. 

Otro elemento discursivo de la campaña del radicalismo que Primera Plana intentó desterrar fue la presentación de Alfonsín como un baluarte en la defensa de los derechos humanos. Por el contrario, la revista enfatizaba que en realidad el peronismo había sido la principal fuerza política víctima de la dictadura -por la intervención en los sindicatos y la represión contra sus dirigentes y militantes- y el que había alzado la voz de denuncia en plena dictadura con la llegada de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH), en septiembre de 1979.[14] Alfonsín, en cambio, había readaptado sus posiciones luego de la derrota en Malvinas y ya con la dictadura en retirada[15] (Primera Plana, 28 de octubre de 1983a, pp. 27-28).

Otro de los pilares interpretativos de Primera Plana en esta etapa fue la certeza sobre la imbatibilidad del peronismo en las elecciones, una seguridad que, a priori, atravesaba todo el escenario político.[16] En efecto, en su primer número de septiembre -un día antes que el congreso partidario justicialista consagrara la candidatura presidencial-, la revista presentaba desde su portada una entrevista a Luder con un pronóstico inapelable: “Por qué gana Luder”. Y revalidaba esta idea de imbatibilidad al asegurar que, con la fórmula resuelta, el peronismo era una “aplanadora en marcha hacia el poder” y que su candidatura lo convertía, en los hechos, en el “próximo presidente de los argentinos” (Primera Plana, 9 de septiembre de 1983b, pp. 21-22).[17]

Sin embargo, la imagen de este peronismo fuerte e imbatible convivía en las páginas de Primera Plana sin aparentes contradicciones con la de un movimiento político construido como “víctima” de la dictadura y del sistema político partidario. Lo primero residía en el hecho histórico irrefutable, como se ha comentado, que muchos de los dirigentes y militantes peronistas habían sufrido persecuciones, exilio o la desaparición forzada durante la dictadura militar, así como también por la intervención militar que habían sufrido los sindicatos peronistas. Pero en el contexto de 1983 esa construcción recobraba nuevos bríos al destacar los efectos de los relatos considerados “difamantes” que ubicaban al peronismo como un peligro para el futuro democrático, con un particular énfasis en el rol nocivo del sindicalismo.[18] A ello se adicionaba que el peronismo no contaba casi con prensa a su favor, ni con medios económicos para la campaña. Su principal fortaleza era entonces su núcleo identitario más genuino: ser el mejor intérprete de los intereses populares, que en esa coyuntura le tocaba enfrentarse a una asociación poderosa entre los sectores residuales afines al “Proceso”, el poder financiero internacional y el alfonsinismo (Primera Plana, 28 de octubre de 1983b, p. 34). Una visión de tipo conspirativa que, además, había sido parte intrínseca de la cultura política de las décadas pasadas.

La recta final hacia las elecciones iniciada en el mes de octubre exacerbó las construcciones negativas sobre Alfonsín y el radicalismo. La acusación del peronismo, que lo trataba peyorativamente como el “candidato de la Coca Cola” para graficar rápidamente que era el candidato de las “multinacionales”, tuvo su repercusión en la revista en su edición del 7 de octubre, cuando publicó en tapa una supuesta “encuesta” realizada en sectores influyentes de Estados Unidos para los cuales Alfonsín era el candidato predilecto (Figura 6). Una “certeza” que venía a consolidar el relato peronista que presentaba la elección como una disputa entre “liberación y dependencia” -términos de la discusión política también anclados en el pasado reciente más que en el porvenir democrático- y donde Alfonsín representaba ese lazo de “sujeción” política-económica con el todopoderoso país norteamericano.

En esta asociación de Alfonsín con sentidos negativos, hemos mencionado que la idea del “continuismo” fue un elemento distintivo, en tanto el alfonsinismo era la concreción del proyecto liberal del gobierno militar, pero por otros medios. De allí que en su editorial del 14 de octubre propusiera sin ambages que en la elección del 30 de ese mes se ponía en juego lo mismo que el 24 de marzo de 1976: “De lo que se trata, por todos los medios, es de derrotar al movimiento popular. Si en 1976 fue por las armas, en estos momentos la coyuntura obliga a hacerlo por las urnas” (Primera Plana, 14 de octubre de 1983, p. 4). En este esquema dicotómico Alfonsín era la “gran esperanza blanca” para derrotar al movimiento popular y con ese fin había reflotado los viejos odios, los viejos prejuicios de clase -y hasta raciales, aseguraba- contra el movimiento obrero y los dirigentes peronistas.

Figura 5. Primera Plana contra el “sentido común” antisindical.

En su edición del 28 de octubre, la inmediatamente anterior a las elecciones, Primera Plana realizó una reivindicación histórica del justicialismo por su aporte al campo popular, revalidó las ideas negativas sobre Alfonsín ya estudiadas, y a través de un editorial excepcional a doble página firmado por Antonio aseguró que la opción era entra la esperanza peronista o “los más siniestros intereses antinacionales”,  esos mismos que habían derrocado a Perón en 1955 (Antonio, 28 de octubre de 1983, pp. 8-9). Para Primera Plana, pese al “mundo de ficción” que Alfonsín había creado sobre su figura, el triunfo peronista era “discutido por pocos” y por eso le encomendaba dos grandes objetivos al llegar al gobierno: la unidad de las fuerzas populares y la del propio peronismo (que no era la meramente “formal” de esos meses que había sido necesaria para la batalla electoral). Una mención que daba cuenta de la fragmentación y las disputas internas dentro del colectivo peronista que desde Primera Plana no se desconocían, pero que se habían dejado a un lado en sus evaluaciones editoriales en pos de construir el triunfo electoral.

Figura 6. Alfonsín: un hombre de los “yankis” y las “multinacionales”.

Luego de la dura derrota peronista el 30 de octubre en la elección presidencial se instaló un clima de autocrítica y se transparentaron algunas de las ideas que se habían mantenido fuera de la mirada de la revista para preservar la unidad del espacio peronista. En el editorial que comentaba lo ocurrido reconocía que una gran cantidad de peronistas, sin dejar de serlo, habían votado al candidato radical. La respuesta sobre por qué esto había ocurrido estaba principalmente focalizada en los errores que había cometido el propio peronismo. Por eso también la capacidad política de Alfonsín y de su propuesta eran menospreciadas al destacar exclusivamente -no sin cierta amargura- su habilidad para realizar una campaña bien planificada, donde había prevalecido la “imagen” y se había logrado conmover a la opinión pública (para lo cual había contado con la colaboración de la prensa y el apoyo financiero de “origen inconfeso”). Sobre la derrota del peronismo, aseguraba que la interna que había librado había sido desgastante y había dejado muchas divisiones, en un contexto donde habían prevalecido los enconos personales y las peleas por los cargos. A diferencia del radicalismo, la campaña preelectoral había sido “caótica, incoherente y hasta contradictoria” y se había arribado a las elecciones sin una conducción “férrea”. Destacaba también como otro de los grandes defectos al “exceso de soberbia”, al suponer que el triunfo estaba asegurado -característica de la cual, como se ha visto, Primera Plana había participado activamente-, sin medir que los peronistas no votaban meramente por disciplina partidaria, sino al candidato que fuera más “apto y honesto” para el cargo. Pese a todo, el peronismo había mantenido un apreciable caudal de seguidores; ahora debía ser constructivo y crítico, a la vez que debía reorganizarse para dar lugar a todas sus expresiones internas (Primera Plana, 4 de noviembre de 1983, pp. 4-5).

Finalmente, en el nuevo clima entusiasta que implicó el inminente retorno democrático, un día antes de la asunción presidencial del 10 de diciembre, Primera Plana se dirigió al nuevo presidente electo en un tono conciliador y le deseó la “mayor suerte del mundo”, en unas condiciones que, reconocía, eran “tremendas” y necesitaban de una conducción firme. En esta orientación, aseguraba: “no se le debe exigir demasiado al nuevo presidente, al menos en los primeros meses de su mandato. Es deber de todos los argentinos apoyarlo con fuerza y honestidad siempre y cuando (…) él demuestre que es merecedor de ese apoyo”. En ese nuevo contexto la revista declaraba que tendría un afán constructivo, ejerciendo la crítica, pero con la meta de apuntalar el sistema constitucional (Primera Plana, 9 de diciembre de 1983, p. 4), una afirmación que se revalorizaba viniendo de un duro opositor al nuevo oficialismo ya que podría dar cuenta de una voluntad genuina de fortalecer el juego democrático, luego de años de una cultura política tendiente a su avasallamiento en el marco de una lógica de amigo/enemigo.

Somos: del escepticismo a una moderada esperanza

La derrota en Malvinas, que significó la frustración definitiva del proyecto refundacional al que había apoyado con ahínco, causó en Somos una profunda decepción y escepticismo ante el futuro institucional que se abría para la Argentina.[19] Ante la crisis de gobierno se mostró gravemente preocupada por la situación económica e institucional y, más aún, por la “indiferencia” y la “apatía” de la ciudadanía, que parecía ver con distancia lo que ocurría en la cúpula del poder (Somos, 2 de julio de 1982, p. 18). Su desconfianza estaba particularmente destinada hacia la sociedad argentina en su conjunto, a la que luego del fracaso malvinense señalaba como proclive a los “enamoramientos repentinos” (por caso: la dictadura en 1976 o Malvinas). En este nuevo contexto que se vivía como de transición, el novel “enamoramiento” parecía ser con las palabras “República, democracia y Constitución”, pero advertía con solemnidad que para que esos conceptos tuvieran carnadura concreta se necesitaba una sociedad educada cívicamente y que exigiera el cumplimiento constitucional, de allí que se preguntara “¿Estamos los argentinos preparados para ejercitar esta responsabilidad?”, con la contundente respuesta: “Creemos que no” (Somos, 16 de julio de 1982, p. 15). Se trataba, claramente, de una sociedad aún inmadura. 

Sus dudas y escepticismo frente al nuevo camino hacia la democracia que parecía estar dando el país se justificaba también en lo que había sido la última experiencia republicana encabezada por el peronismo durante 1973-1976, donde había predominado “el odio, la violencia, la demagogia y la no verdad” (Somos, 30 de julio de 1982, p. 13), un tópico que recordará en forma recurrente durante toda la etapa de estudio. Justamente, la pregunta sobre cómo el peronismo se readaptaría a la democracia desvelaba a Somos (“¿está preparado para dar soluciones en democracia?”, se preguntaba a fines de 1982), profundamente escéptica en virtud de las prácticas políticas que lo habían caracterizado en el pasado reciente. Para la revista a fines de 1982 el peronismo seguía encerrado en sus “graves desacuerdos” y no se avizoraban “métodos republicanos” para resolver sus enfrentamientos internos (Somos, 22 de octubre de 1982, p. 3).[20]

Este pensamiento se enmarcaba dentro de una mirada decadente más amplia sobre la sociedad y la política argentinas, que involucraba aspectos tales como la “destrucción de la moneda, el vacío de poder y la erosión de la moral”, la “sensación de injusticia”, el “desorden”, la “inseguridad” o la búsqueda de “recetas mágicas” y de chivos expiatorios frente a las diversas crisis que habían afectado al país (Ritacco, 6 de agosto de 1983, pp. 8-14; Somos, 6 de agosto de 1983 p.15; Somos, 29 de octubre de 1982, p. 3). Un análisis que, si bien incluía a las Fuerzas Armadas, tendía a diluir su responsabilidad en torno a lo ocurrido en los años recientes al ubicar las causas de los problemas cíclicos del país en un ámbito más general y colectivo de una sociedad que aparecía como infantilizada.

Su percepción era profundamente escéptica no solo sobre el presente, sino sobre el futuro que la nueva etapa político-partidaria podía deparar: nuevamente los políticos de los partidos mayoritarios y los sindicalistas estaban adquiriendo actitudes demagógicas -y violentas en el caso de los segundos-, lo cual mostraba a las claras la falta de convicciones democráticas “profundas” (Somos, 10 de diciembre de 1982, p. 3). Su posición sobre el futuro democrático era de alerta por los peligros de volver a repetir los “errores del pasado” y que esto frustrara nuevamente esa experiencia.

Uno de los ámbitos de mayor preocupación de la revista en estos meses fue el de la economía, tema que había sido una invariante editorial desde su aparición en 1976, con eje en los desmanejos en torno a la emisión monetaria, el déficit fiscal y la “consecuente” inflación, que no solo generaba perjuicios económicos, sino que repercutía en otros ámbitos y ponía en riesgo la “paz y la república” (Somos, 17 de septiembre de 1982, p. 33). Su mirada admonitoria alcanzaba desde ya al gobierno militar, que seguía comportándose de forma “inmadura” y no plasmaba una acción “coherente” y seria para impulsar la economía, intentando manejarla erróneamente por decretos o mecanismos de control, como tendía a hacerlo el gobierno de Bignone (Somos, 15 de octubre de 1982, p. 3).[21] Para Somos la inflación era un problema que trascendía lo económico, era un problema del sistema político, ya que tanto militares como partidos políticos no tenían el coraje suficiente para realizar los grandes sacrificios que suponían resolver de raíz la cuestión, y que para el liberalismo tenía como eje central el ajuste en las cuentas estatales y el freno a la emisión monetaria (Somos, 9 de julio de 1982, p. 15 y Somos, 15 de octubre de 1982, p. 3).

En un contexto de alta conflictividad gremial, con paros generales y diversas huelgas sectoriales, la revista también advirtió sobre las prácticas de uno de los sectores que más tribulaciones le generaba: el sindical. Señalaba la “anomalía” que el poder sindical tuviera más poder que los propios partidos (Somos, 8 de abril de 1983, p. 3) y, a propósito de la denuncia del “pacto militar-sindical”, si bien no podía precisar si había existido, reconocía que Alfonsín había puesto “el dedo en la llaga” por la repercusión que había tenido (Somos, 6 de mayo de 1983, p. 3).

Una vez conocida la fórmula justicialista a inicios de septiembre, Somos ubicó el foco editorial en esta situación al sentenciar desde su tapa “Luder al gobierno ¿Miguel al poder?” (Figura 7), destacando, al unísono que Redacción, la fortaleza del poder sindical dentro del peronismo y la aparente subordinación a éste del ala política.[22] En la nota presentaban al sindicalista como el “verdadero hombre fuerte del peronismo” y destacaba el lugar que tenían los sindicalistas en las listas de diputados y senadores para las elecciones de octubre de 1983 y en los cargos dentro del Partido Justicialista (Areas y Vidal, 9 de septiembre de 1983, pp. 6-15).

En relación a otro de los temas clave de la transición, como fueron las secuelas de la represión ilegal, la cuestión de los desaparecidos y los derechos humanos, Somos adoptó una posición consecuente con lo que había sido su abierto apoyo a la “lucha antisubversiva” durante el periodo más crudo del terrorismo de Estado, pero con algunos matices vinculados al nuevo clima político de la transición. Si bien reconocía abiertamente que “los métodos empleados” habían sido “en muchos casos ilegales y de una crueldad atroz”,[23] insistía en que la mayoría de los argentinos, incluidas las fuerzas partidarias, habían apoyado a las Fuerzas Armadas y que no habían existido planteos sobre métodos. Pedía en ese sentido tener “memoria” en relación a la violencia y el caos del periodo 1973-1976 ya que, en su visión de la historia, no eran las Fuerzas Armadas las responsables del crecimiento de la “subversión”, sino la sociedad democrática de 1973 (Somos, 13 de mayo de 1983, p. 3). Inclusive planteaba que en la campaña electoral la cuestión de la “subversión” había sido un “tema olvidado”, cuando debía ser clave para la nueva convivencia democrática; observaba allí con preocupación cierta “hipocresía” en poner el eje exclusivamente en las Fuerzas Armadas y en los problemas posteriores a 1976, que de todas formas no dejaba de reconocer (Somos, 16 de septiembre de 1983, p. 3).

Figura 7. Somos y la preocupación por el poder del sindicalismo peronista (9 de septiembre de 1983).

Figura 8
Figura 9
Figura 10
Alfonsín en el centro de la escena, octubre de 1983 (Somos, 7 de octubre; 21 de octubre y 28 de octubre de 1983).

El último tramo de la campaña entre septiembre y octubre estuvo atravesado por el diagnóstico decadente y escéptico de Somos que ya se ha mencionado. Con respecto a la disputa electoral, en su última portada de septiembre había alertado con contundencia que triunfaba Luder (“Gana Luder”, aseguraba el 30 de septiembre); sin embargo, durante octubre Alfonsín pasó a hegemonizar ese espacio redaccional, mostrando un evidente crecimiento y cambio en las expectativas electorales (Figuras 8, 9 y 10). Luego del multitudinario acto del candidato radical en el obelisco de la ciudad de Buenos Aires (el 26 de octubre, con una presencia de casi un millón de personas), por primera vez el editorial de Somos registró al “fenómeno Alfonsín”, dando su parecer sobre el candidato a pocos días de las elecciones generales. Allí lo definía como un “fenómeno político nuevo” y un “líder popular de gran atracción”. Sin arriesgar un vaticinio sobre las elecciones, encendía cierto optimismo por esa figura que parecía indicar que un porcentaje importante del pueblo argentino había “cambiado sus actitudes políticas”. Había una “imagen más democrática detrás de Alfonsín, una promesa más concreta de vida democrática en el radicalismo que en el peronismo”. Y eso parecía tener una novedosa influencia y marcar una “mayor adultez” popular. Aunque no compartía muchos de los puntos de su programa de gobierno, reconocía mayores “garantías democráticas” y eso era motivo “suficiente” para ser optimista sobre el futuro (Somos, 28 de octubre de 1983, p. 3).

El triunfo de Alfonsín confirmó esta mirada y fue recibido como una “esperanza”: el “pueblo” había demostrado madurez al rechazar el “matonismo” y la posibilidad de un “gobierno sindical”. En el nuevo tiempo que se abría no se le podía exigir cambios de un “día para el otro” al nuevo presidente, que recibía un país “destartalado”, pero sí existían temas prioritarios que enumeraba: la Justicia, la educación, la inflación, la eficiencia estatal, la virtud y buena fe dirigencial y el respeto a la Constitución (Somos, 4 de noviembre de 1983, p. 3). Un señalamiento, el del respeto constitucional, que aparecía como un elemento común en las tres revistas analizadas.

Conclusiones

Según hemos analizado las revistas aquí estudiadas, se hicieron eco en su espacio editorial del clima antidictatorial posterior a la derrota en Malvinas y mostraron una evaluación crítica de las Fuerzas Armadas en el gobierno, aunque con tonos y focos diferenciados en torno a esas objeciones. Mientras que Primera Plana y Redacción mostraron una orientación más opositora acorde con la movilización ciudadana, Somos reflejó la desazón producida por el fracaso militar, pero desde la mirada de los actores civiles que habían acompañado a la dictadura y vieron frustradas las aspiraciones de 1976. En el espacio de las similitudes editoriales, los tres medios dieron cuenta de la importancia del respeto constitucional para la nueva etapa democrática y coincidieron en que no debía exigírsele el nuevo presidente cambios inmediatos frente al peso de la gravosa situación heredada.

En relación al nuevo horizonte democrático y a las opciones políticas en disputa durante la transición observamos los puntos de mayor diferenciación entre las revistas.  La posición adoptada por Redacción rápidamente se articuló con los valores cívicos enaltecidos por la opinión pública luego de la derrota en Malvinas, otorgando visibilidad y legitimidad a las demandas civiles frente al desprestigiado actor militar. Pero la originalidad de la posición de la revista fue su temprana apuesta por Alfonsín en tanto dirigente que contenía una esperanza de renovación de las prácticas políticas; un “fenómeno” inesperado que captaba la atención de las nuevas y viejas generaciones por igual, como también de diferentes clases sociales. A medida que su figura fue creciendo, Redacción reprodujo y, más aún, coprodujo algunos de los ejes discursivos fundamentales del proyecto político alfonsinista: el carácter refundacional de la democracia, el combate a las corporaciones -con eje en el binomio militar-sindical-, la valoración de la justicia como respuesta al autoritarismo y la impunidad militar, el rechazo a las prácticas políticas violentas o la revalorización de la Constitución, fueron algunos de los elementos característicos de la predica del dirigente radical que encontraron en la publicación una caja de resonancia y un espacio de producción de los nuevos lenguajes políticos fundamentales para el proceso de transición a la democracia.

Por su parte, Primera Plana, renacida en marzo de 1983 cuando el centro del escenario político empezaba a girar sobre la reorganización partidaria en vistas de las elecciones, tuvo también una impronta fuertemente militante en torno a reivindicar los valores del justicialismo y, como parte de la competencia electoral, dedicó un gran espacio editorial a desprestigiar la figura de Alfonsín. Su visión partía de una crítica total hacia la experiencia dictatorial, ubicándose desde una mirada nacional/popular revisionista de la historia y crítica de los sectores liberales civiles y militares. Su perspectiva partía de esquemas maniqueos, en donde el justicialismo representaba la defensa de los intereses populares frente a un radicalismo alfonsinista que era presentado como “continuidad” del liberalismo que había hegemonizado a la dictadura. En esa puja entre intereses foráneos/multinacionales e intereses nacionales/populares interpretó la elección de 1983. Alfonsín, quien era el candidato de las “multinacionales”, del “marketing” y la publicidad, venía a representar los mismos intereses que habían estado detrás del golpe de 1976, pero ahora a través de “otros medios”, los de la formalidad democrática, ya que el mundo estaba cambiando y no toleraba ya el pretorianismo militar. El triunfo de Alfonsín fue un duro golpe para la revista, que lo entendió más por los problemas internos del peronismo que por la capacidad del candidato de haber canalizado las demandas centrales de la hora y de haber sido protagonista de una construcción política más innovadora.

En el caso de Somos, primó una visión pesimista sobre el futuro, que iba a contrapelo de la movilización y la efervescencia política que vivió la sociedad argentina, particularmente ante el proceso electoral de 1983. Somos se distanció de esa vivencia más “emocional” y reclamó con preocupación elaboraciones más racionales que sopesaran los graves problemas que mostraba aún la sociedad argentina. Estos abarcaban diversos ámbitos de la realidad nacional, con particular énfasis en lo económico y político, donde se evidenciaban actitudes inmaduras y demagógicas. En esta visión también entraban las Fuerzas Armadas, con quien Somos, que había formado parte del bloque civil liberal-conservador que había apoyado fuertemente a la dictadura, se mostró particularmente crítica por haber “traicionado” los objetivos de 1976 y haber conducido al país a una nueva frustración. Tal vez el único ámbito donde salvaguardó su legitimidad fue el de la “lucha antisubversiva”, que para Somos estaba siendo injustamente olvidado en el marco de la reinformación de la sociedad con respecto a la ocurrido durante la represión ilegal. En relación a la disputa electoral, fiel a su historia, la revista mostró su desconfianza hacia el peronismo, y si bien no acordaba con la inspiración socialdemócrata del radicalismo alfonsinista, ante la cercanía de la elección comprendió que ésta era la opción más “democrática”, de allí que albergara cierta esperanza moderada al concretarse el triunfo de Alfonsín.

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*Roles de autoría

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[1] Este artículo ha sido realizado en el marco de los proyectos de investigación PICT 2020-01077 de la Agencia Nacional de Promoción Científica y Tecnológica (Argentina) y UBACyT 2020 20020190200128BA de la Universidad de Buenos Aires dirigidos por el autor.

[2] Entrevista realizada por el autor a Carlos Eichelbaum, 3 de octubre de 2023.

[3] Gambini se había iniciado en el periodismo en 1957 en La Vanguardia y había trabajado hasta fundar Redacción en El Avisador Mercantil, Crítica, Noticias Gráficas, Crónica, Vea y Lea, Leoplán, El Economista, Panorama, Siete Días, Primera Plana y La Opinión.

[4] Entrevista realizada por el autor a Hugo Gambini, 5 de febrero de 2014.

[5] Fuente: Instituto Verificador de Circulaciones.

[6] Sobre el rol de la prensa durante Malvinas, pueden consultarse Díaz (2022); Borrelli y Gago (2021); Gago y Saborido (2011), Escudero (1996).

[7] En su edición de abril de 1983 se demandaba desde su tapa el retorno de las garantías constitucionales que resumía en la mención al artículo 18 de la Constitución Nacional (Redacción, abril de 1983). Si tenemos en cuenta la reivindicación constitucional del discurso proselitista del propio Alfonsín, que en cada acto de su campaña en 1983 finalizaba con la recitación del Preámbulo de la Constitución Nacional, observamos aquí un enlace y un reforzamiento entre la prédica editorial de la revista y la del candidato radical.

[8] En abril de 1983 Alfonsín había denunciado públicamente un posible pacto entre sectores militares y sindicales peronistas que garantizaría la impunidad castrense por los crímenes cometidos durante la dictadura en un eventual gobierno justicialista, que a su vez se beneficiaría de la no injerencia castrense. La denuncia tuvo un fuerte impacto en una opinión pública proclive a rechazar un pacto corporativo que contrastaba con los valores democráticos del nuevo tiempo por venir y logró trasladar el desprestigio que recaía sobre los militares hacia el sindicalismo peronista, principal sostén del partido justicialista. Gambini alertó con preocupación desde su espacio editorial sobre la posibilidad real que ese pacto se concretase ya que afectaría “seriamente” a la democracia (Gambini, mayo de 1983, p. 11).

[9] La figura de Iglesias, caudillo peronista de Avellaneda de íntima vinculación con los sindicatos, estaba asociada a las prácticas violentas de un sector del peronismo; inclusive el congreso que aprobó su candidatura había sido caótico, con grupos violentos que respondían a Iglesias copando el lugar donde se desarrolló (Ferrari, 2013, p. 158).

[10] Referencia que, podría conjeturarse, aludía al menos a la revista Somos, que fue fluctuando en sus pronósticos electorales en virtud de una serie de novedosas encuestas publicadas en exclusividad durante 1983 (Vommaro, 2006).

[11] La posición pública de Gambini lo acercó al nuevo oficialismo y luego de asumir Alfonsín el 10 de diciembre de 1983 fue designado como presidente del directorio de la agencia estatal de noticias Télam.

[12] En campaña Alfonsín articuló una propuesta concreta en torno a los derechos humanos al distinguir tres niveles de responsabilidad en un eventual juzgamiento de las Fuerzas Armadas. Se debía juzgar a los que habían dado las órdenes y a los que se habían “excedido” en su comportamiento, mientras que los que se habían visto obligados a su cumplimiento se verían exceptuados.

[13] Ambos líderes habían tenido un acercamiento político en 1973, e inclusive se llegó a conjeturar con una posible candidatura de “unidad nacional” Perón-Balbín para las elecciones presidenciales de septiembre de 1973 (Borrelli y Saborido, 2022).

[14] En el contexto de la llegada de la CIDH el justicialismo se había pronunciado a través de dos comunicados, uno firmado por Isabel Perón, y otro por el vicepresidente del Partido, Deolindo Bittel, que había sido explícito al hablar de “terrorismo de Estado”.

[15] La revista omitía en su evaluación que Alfonsín no era un advenedizo en el tema y había participado desde diciembre de 1975 como dirigente político y abogado en la Asamblea Permanente por los Derechos Humanos, una entidad plural que había nacido ante la escalada de la violencia política y que durante la dictadura irá de una posición más moderada a otra de mayor denuncia.

[16] Esta certeza se asentaba sobre varios elementos. En principio, el peronismo nunca había sido vencido en elecciones libres a nivel nacional, había movilizado más seguidores que los radicales en los actos de campaña -aunque éstos habían movilizado gran cantidad de ciudadanos- y las reafiliaciones partidarias realizadas durante 1983 habían sido mucho mayores en el justicialismo que en el radicalismo (3.005.355 y 1.410.123 de afiliaciones, respectivamente) (Ferrari 2013, p. 47).

[17] Cabe resaltar que en estos dos meses de campaña la figura de Luder acapararía mucho menos atención en Primera Plana que la de Alfonsín, a quien se le dedicarían diversas notas para tratar de erosionarlo en su legitimidad. En parte esto también daba cuenta de la potencia del candidato radical y de un candidato justicialista mucho menos carismático y con una propuesta electoral menos innovadora.

[18] En pos de disputar esa pelea por el sentido común y mostrar aspectos positivos asociados al peronismo, la revista publicó en tapa una nota a Herminio Iglesias (Figura 5), donde se destacaba su origen humilde y su carácter “sencillo, popular [y] auténtico” (Primera Plana, 9 de septiembre de 1983a, pp. 24-26).

[19] Ya poco antes de la recuperación de Malvinas Somos había expresado ciertas objeciones hacia la dictadura (Gago y Saborido, 2011).

[20] En otros editoriales el peronismo era retratado como “ruidoso, emocional al extremo, mal educado, violento”, un peronismo que en el poder violaba las “normas democráticas fundamentales” (con un reiterado énfasis, como se ha dicho, en la experiencia 1973-1976) (Somos, 29 de abril de 1983, p. 3). Aunque también reconocía que había ciertos “políticos sensatos” dentro del justicialismo (Somos, 29 de julio de 1983, p. 3). Aún con prácticas internas facciosas, decisionismo, disputas desgastantes y en algunos casos violentas, el peronismo pudo resolver sus candidaturas en 1983 yendo a una novedosa elección interna.

[21] Inclusive, en julio de 1982, había denominado como un “golpe dirigista” a las medidas del nuevo ministro de economía Dagnino Pastore (en el cargo hasta fines de agosto de 1982), quien, en tándem con el presidente del Banco Central, Domingo Cavallo, habían dispuesto una serie de medidas que suponían una mayor intervención estatal sobre la economía.

[22] Una frase que, además, remitía al convulsionado año 1973 y a la máxima “Cámpora al gobierno, Perón al poder”, de la campaña previa a las elecciones del 11 de marzo de 1973, y que en la comparación histórica ubicaba en un claro lugar de debilidad a Luder.

[23] E indicaba que si había habido integrantes de las fuerzas de seguridad que habían violado la ley éstos debían ser “investigados y sancionados”, aunque partía de entender esos hechos como eventuales “desviaciones” del accionar de las fuerzas (Somos, 18 de febrero de 1983, p. 3).